La habitación 847 del Hospital Clínico San Carlos olía a desinfectante y algo más oscuro que Iván identificó inmediatamente como desesperación. Danaé estaba sentada en la cama con almohadas apiladas detrás de ella, su cabello —antes siempre perfecto— enredado y sin brillo. El vendaje en su sien derecha era recordatorio visible de qué tan cerca había estado de no despertar nunca.
—Dijiste que tenías plan —murmuró Danaé, sus dedos trazando patrones inconscientes sobre la sábana—. Pero no veo cómo nada importa ya. Marco me destruyó. Mi padre... no puedo ni pensar en él sin querer vomitar.
Iván acercó la silla a la cama, tomando su mano con gentileza estudiada.
—Eso es exactamente lo que Cassandra quiere que pienses. Que estás acabada. Que no tienes opciones.
—¿Cassandra? Ella no tiene nada que ver con esto.
—¿No? —Iván inclinó la cabeza—. Piénsalo. Mientras tú estabas aquí, luchando por tu vida, ¿dónde estaba tu hermana? ¿En tu habitación, sosteniendo tu mano? ¿Preocupándose por el bebé