Luego de aquella gala, el ambiente en la oficina se volvió tenso. Morgan y Elizabeth apenas se hablaban. Ella, estaba decidida a concentrarse en su trabajo, se enfocó en su objetivo: que todos supieran que Adams Smith era su prometido. La noticia corrió como pólvora, y sin un solo comunicado que lo desmintiera, se tomó como un hecho. De vez en cuando, Elizabeth y Adams eran vistos almorzando juntos. Él siempre serio, pero ella sonriendo con una felicidad que se notaba a kilómetros.
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Helen, por su parte, se cruzaba con bastante frecuencia con Elizabeth en los pasillos del CORPORATIVO´SMITH, siempre que iba a visitar a Morgan. Esos encuentros eran auténticas batallas silenciosas. La mirada de Elizabeth se volvía filosa, y más de una vez. Como hoy, su hombro se encargó de empujar a Helen con fuerza mientras pasaba.
—Cariño, esa fiera que tanto, amas me va a matar un día —soltó Helen con falsa alarma al entrar en la oficina de Morgan.
—¿Qué te hizo esta vez? —preguntó él, ya con