—Buenos días, dormilona. Despierta. -Adams besó suavemente la mejilla de Glenda.
—Hola, cariño. Buenos días.
—Glen, ¿qué haremos hoy? ¿Médico o boda? —preguntó Adams con una sonrisa divertida.
Glenda lo miró con incredulidad, sintiendo que sus ojos casi se le salían de las órbitas.
—Ven, cariño, acércate más. -Ella frunció el ceño y le tocó la frente para comprobar su temperatura.
—No tienes fiebre... Entonces. ¿Por qué estás desvariando? No entiendo. ¿Te golpeaste la cabeza?
Adams la observó asombrado por un momento, pero luego comenzó a reírse. —Sí, me golpeé. Dos veces.
Glenda lo miró aún más desconcertada.
—La primera, cuando abrí los ojos y te vi a mi lado, abrazándome como si fuera tu almohada favorita. La segunda, cuando pensé que quiero que esto se repita todos los días de mi vida. Así que no veo razón para retrasarlo más.
Glenda suspiró y negó con la cabeza, divertida.
—Dam, cariño... ¿Cómo es posible que un hombre tan brillante en los negocios sea tan simple y descomplicado