Emma
Son las siete treinta de la mañana cuando me encuentro estacionando frente al que será el nuevo colegio de Oliver, el mismo que mi jefe consiguió en menos de tres horas.
— Pareces un zombi —habló mi hijo desde atrás.
— Me siento como uno —suspiré.
— Eso es porque toman mucho alcohol —era verdad.
— Lo sé, no me retes, ya me siento mal y debo trabajar.
Mis ojos van al lugar que lo formaría para su futuro, un sitio donde lo entenderían. A diferencia del otro, acá no había tantos alumnos y los que estaban compartían capacidades similares.
Sus travesuras seguramente disminuirían, o al menos eso esperaba.
— Por favor, no quemes nada el primer día —lo observé y me puso los ojos en blanco.
— Solo concéntrate en estacionar mamá.
La entrada es lo último en vanguardia: la fachada principal del edificio está hecha completamente de vidrio, permitiendo ver su interior a la perfección.
Para llegar, hay que atravesar una reja custodiada por un hombre de unos treinta años, de casi dos metros de a