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Capítulo 11: Las sombras en la oficina

Sophia había albergado la esperanza de que su incorporación al departamento de diseño de Reeder Corp marcara un nuevo comienzo en su vida, una oportunidad única para demostrar su talento y, a la vez, construir un futuro mejor para sus hijos. La idea de dejar atrás las dificultades previas y empezar en un ambiente profesional prometedor la llenaba de ilusión. Sin embargo, desde sus primeros días en la empresa, la joven diseñadora percibió una tensión casi palpable, un ambiente cargado de hostilidad silenciosa que se respiraba en cada rincón del despacho. Clara, una compañera de trabajo que se había ganado la reputación de ser fría y poco acogedora, parecía estar empeñada en hacer la vida imposible a Sophia, como si desde el primer momento hubiera decidido socavar cualquier intento de integración y superación.

Sophia notó de inmediato que algunos de sus nuevos colegas la observaban con desconfianza. Siempre que pasaba por los pasillos, podía sentir cómo se lanzaban miradas furtivas, acompañadas de susurros apenas audibles que se mezclaban con el murmullo habitual de la oficina. Intentó ignorar esos comentarios vacilantes y centrarse en su trabajo, pero a cada momento los murmullos se volvían más insistentes y frecuentes, lo que la inundaba de dudas e inseguridad. Un día, mientras se encontraba concentrada en el desarrollo de un importante proyecto, dos compañeros –Lisa y Marc– se reunieron discretamente junto a la máquina de café y, al notar la presencia de Sophia, comenzaron a hablar en voz baja.

—¿Has oído lo de la nueva? –preguntó Lisa, lanzando una mirada rápida y cómplice hacia Sophia.

Marc asintió y, bajando la voz, afirmó: —Sí, Clara comenta que la han contratado solo porque el director general insistió de forma tajante. Al parecer, no tiene ni el nivel suficiente ni el talento que se requiere.

Lisa movió la cabeza con resignación y su tono, cada vez más crítico, continuó: —Se nota a leguas. Siempre la ves sola, y sus ideas… bueno, son bastante básicas, para no exagerar. No entiendo realmente por qué está aquí.

Aunque Sophia fingía concentrarse en las tareas pendientes, cada palabra alcanzaba sus oídos y calaba hondo en su interior. Sintió cómo se formaba en su estómago una bola de angustia, pero se obligó a no responder, manteniendo la compostura para no mostrar debilidad en aquel ambiente hostil.

La situación empeoró cuando Clara, lejos de limitarse a difundir rumores, ideó formas sutiles y crueles para hostigarla de manera sistemática. Un día, sin previo aviso, Clara irrumpió en el despacho de Sophia y depositó de manera brusca y casi violenta una gran pila de dossiers sobre su escritorio.

—Sophia –dijo con un tono seco y autoritario–: aquí tienes los proyectos que debes revisar. Quiero que elabores un informe detallado sobre cada uno de ellos antes de que termine la jornada.

Sophia levantó la mirada sorprendida al observar tal cantidad de trabajo. Con voz temblorosa comentó: —Clara, estos dossiers son demasiados. Haré todo lo posible, pero no estoy segura de poder terminarlo todo hoy.

Clara, cruzándose los brazos y dejando escapar una sonrisa narcísica, replicó sin vacilar: —Pues bien, Sophia, si de verdad quieres demostrar que mereces estar aquí, será mejor que encuentres la forma de afrontarlo.

Tomando una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios, Sophia asintió con determinación, a pesar de sentirse abrumada por la carga. —Muy bien, me pondré a ello de inmediato.

Tras este encuentro, Clara se dedicó a encaminarse sin más dilación, dejando a Sophia sola frente a la incesante montaña de dossiers. La tarde transcurrió lentamente, y en la pausa del almuerzo, Sophia optó por sentarse sola en un rincón apartado de la cafetería mientras miraba con melancolía a sus compañeros reír y conversar animadamente. Se sintió completamente aislada en medio de una multitud indiferente. Con los sentimientos a flor de piel, sacó su teléfono móvil y redactó un mensaje a Chris, un amigo de confianza, con la esperanza de encontrar algún consuelo y apoyo.

— “Chris, me siento tan sola aquí. Clara no se detiene ante nada para hostigarme, y parece que todos los demás compañeros creen sus rumores. No sé cuánto tiempo podré aguantar esto.”

La respuesta de Chris llegó con rapidez y un mensaje de aliento que buscaba recordarle su fortaleza: — “Sophia, eres fuerte. No permitas que Clara te haga perder el equilibrio. Demuéstrales de lo que eres capaz. Estoy aquí para ti, incluso a la distancia.”

Al leer aquellas palabras, Sophia esbozó una leve sonrisa, aunque la tristeza persistía en su mirada, como una sombra que se negaba a disiparse.

Días después, durante una de las rutinarias caminatas por el pasillo con sus dossiers bajo el brazo, Sophia tuvo un encuentro desagradable. Mientras transitaba por el pasillo, Clara, de forma deliberada y premeditada, chocó violentamente contra su hombro, haciendo que los documentos se esparcieran por el suelo. Sophia se quedó paralizada por un breve instante, intentando controlar la furia que amenazaba con desbordarse.

Clara se detuvo de inmediato, ladeó la cabeza con una sonrisa burlona y comentó: — ¡Oh, lo siento! No te había visto.

Con la mandíbula apretada y sin ceder ante la provocación, Sophia replicó con firmeza: — Clara, si tienes algún problema conmigo, dímelo de frente en lugar de jugar con estos pequeños juegos despreciables.

Clara, fingiendo inocencia y cruzándose los brazos, respondió con tono arrogante: — ¿Un problema conmigo? ¿Por qué tendría yo problemas con alguien que claramente no tiene lugar aquí?

Sophia la miró fijamente, reuniendo todo el coraje posible en ese momento y dijo: — Clara, estoy aquí para trabajar y para demostrar de lo que soy capaz. Si quieres juzgarme, hazlo basándote en mi desempeño, no en prejuicios infundados y en inseguridades propias.

Ante aquella respuesta decidida, Clara pareció sorprenderse momentáneamente; sin embargo, soltó una carcajada seca y se alejó, dejando a Sophia con la sensación de haber defendido, al menos, su integridad profesional.

Con el paso de los días, las intrigas y maniobras de Clara no cesaban. Sophia, aun siendo habitual ante los desafíos, empezó a notar cómo el peso de la hostilidad en el ambiente se volvía insoportable. Los miradas cargadas de sospecha y los susurros llenos de juzgamientos de parte de otros compañeros se sumaban a las incesantes tareas desmesuradas que Clara le asignaba, y todo ello formaba una montaña que parecía imposible de escalar sola.

Una tarde, mientras Sophia dejaba sus bocetos en la sala de presentaciones, se percató de que varios colegas la observaban en voz baja. Entre ellos, Lisa, que era cercana a Clara; Sophia trató de ignorar las miradas, pero al salir de la sala, pudo escuchar con claridad parte de la conversación: — “En serio, no entiendo por qué está aquí… Clara tiene razón, seguro que fue favorecida” – murmuró Lisa. Otro colega, Marc, suspiró y añadió: — “Todo el mundo lo sabe. Probablemente esté en la empresa únicamente porque el director general siente algo especial por ella o tiene algún interés oculto. No puede ser por su talento, de ninguna manera.”

Las palabras de Lisa y Marc cayeron sobre Sophia como si cuchillos afilados atravesaran su corazón. Sintió que sus piernas flaquearan por un instante, pero se obligó a cerrar los ojos y a tomar una profunda bocanada de aire para no derrumbarse. — “No saben nada de mí. Debo aguantar, tengo que sostenerme” – se dijo en silencio, mientras trataba de reconstituir su confianza a pesar de la presión interna.

Clara, por su parte, parecía alimentarse del placer de inventar nuevas formas de hostigar a Sophia. En una ocasión, le envió una lista de tareas interminable con plazos absurdamente irreales. Al llegar a su escritorio, Clara irrumpió en la oficina sosteniendo un pesado dossier, que depositó de forma brusca frente a Sophia sin mediar conversación. — “Sophia, necesitas revisar cada uno de estos proyectos y hacer todas las correcciones necesarias. Quiero un informe completo antes de mañana por la mañana” – ordenó con tono seco y autoritario. Sophia observó la pila de documentos con evidente desasosiego y respondió: — “Clara, con todo respeto, estas correcciones necesitan mucho tiempo. No creo que pueda terminar todo para mañana.” Clara alzó una ceja y, con una sonrisa sarcástica que no parecía desvanecerse, replicó: — “Bueno, si no puedes con la carga, quizás deberías replantearte si realmente tienes un lugar aquí.” Aunque las palabras hirientes la afectaban profundamente, Sophia, agotada pero decidida a no ceder ante la intimidación, respondió en voz baja pero firme: — “Haré lo mejor que pueda, Clara.” Con un gesto frío y distante, Clara se limitó a encorvar los hombros y se alejó, dejando a Sophia sola con sus interminables dossiers y el peso de la soledad.

Esa noche, ya en casa y después de haber acostado a sus hijos, Sophia se sentía desgarrada; el cansancio físico se mezclaba con un dolor emocional que la hacía sentir aislada, como si estuviera luchando por sobrevivir en medio de una tormenta implacable. A pesar de saber que no podía mostrar debilidad ante Clara ni ante sus compañeros —porque eso solo alimentaría aún más el acoso—, en lo profundo sentía una soledad abrumadora. Con manos temblorosas, sacó su teléfono y envió un mensaje a Chris, buscando consuelo en uno de sus pocos apoyos: — “Chris, me siento tan sola aquí. Clara no se detiene ante nada para hostigarme y parece que todos los demás creen sus rumores. Es como si estuviera luchando contra el mundo entero, y no tengo a nadie en quien confiar.” La respuesta de Chris llegó en breve, con palabras llenas de aliento: — “Sophia, eres increíblemente fuerte. Clara intenta romperte porque ve tu talento. No te dejes vencer. Recuerda que, aunque esté lejos, siempre estaré aquí para ti.”

Aunque esas palabras le ofrecieron un rayo de luz en la oscuridad, las lágrimas se mezclaron rápidamente con su determinación, recordándole que debía seguir adelante.

Pasaron algunos días, y el ambiente en la oficina se volvió aún más tenso. En una ocasión, mientras Sophia caminaba por un largo pasillo con sus dossiers bien organizados, Clara, de forma premeditada, chocó violentamente su hombro contra el de ella. Los documentos se esparcieron al suelo y, por un breve segundo, Sophia se quedó inmóvil, conteniendo la ira que amenazaba con desbordarse. Clara se detuvo y, con una sonrisa burlona, dijo: — “Oh, lo siento, no te había visto.” Sophia, con los músculos tensos y la voz llena de determinación, replicó: — “Clara, si tienes un problema conmigo, dímelo de frente en lugar de jugar esos juegos mezquinos.” Clara, cruzándose los brazos y fingiendo inocencia, comentó: — “¿Un problema contigo? ¿Por qué tendría yo un problema con alguien que claramente no tiene cabida aquí?” Sintiendo que ya no podía callar su verdad, Sophia tomó todo el valor que le quedaba y respondió: — “Clara, estoy aquí para trabajar y para demostrar de qué estoy hecha. Si quieres juzgarme, hazlo sobre el mérito de mi trabajo, no sobre prejuicios personales e inseguridades tuyas.”

La respuesta de Sophia, llena de firmeza y valentía, sorprendió a Clara, quien, tras un instante de silencio, soltó una risa seca antes de alejarse sin mirar atrás.

Con el transcurrir de los días, los complots y las artimañas de Clara no dejaron de intensificarse. Aunque Sophia ya estaba acostumbrada a los desafíos, poco a poco comenzó a sentir el peso insoportable de la hostilidad que impregnaba cada rincón de la oficina. Las miradas repletas de sospecha, los murmullos cargados de juicio y las tareas desproporcionadas que Clara le imponía formaban una montaña que, día a día, se hacía más difícil de escalar en soledad.

Una tarde, mientras Sophia dejaba sus bocetos y planos en la sala de presentaciones, notó cómo varios compañeros la observaban detenidamente mientras conversaban en voz baja. Entre ellos se encontraba Lisa, conocida por ser muy cercana a Clara. Sophia, tratando de disimular la incomodidad, fingió no notar las miradas, pero al salir de la sala pudo escuchar claramente parte de su conversación: — “En serio, no entiendo por qué está aquí. Clara tiene razón, seguro que fue favorecida” – comentaba Lisa con tono de resignación. Otro colega, Marc, suspiró y añadió: — “Todo el mundo lo sabe. Probablemente la tienen allí porque el director general siente algo especial por ella o tiene algún interés oculto. No puede ser por su talento, en absoluto.”

Esas palabras se sintieron como cuchillos afilados que atravesaban el corazón de Sophia. Durante un breve instante, sintió que sus piernas flaquearan, pero cerró los ojos y respiró profundamente, aferrándose a la determinación de soportar y demostrar su verdadero valor. — “No saben nada de mí. Debo aguantar y demostrar lo que valgo”, se repetía en silencio.

Clara parecía disfrutar de cada oportunidad para inventar nuevas formas de hostigarla. Una vez, le envió una lista interminable de tareas asignándole plazos absolutamente irreales. Esa mañana, llegó al escritorio de Sophia con un dossier tan voluminoso que parecía una montaña de papeles y lo dejó de forma abrupta frente a ella. — “Sophia, necesito que revises todo esto y hagas las correcciones necesarias. Quiero un informe completo antes de mañana por la mañana”, ordenó con voz cortante. Sophia miró con desconcierto la pila de documentos y dijo: — “Clara, estas correcciones requieren mucho tiempo. No creo poder terminar todo para mañana.” Clara levantó una ceja y, con una sonrisa sarcástica, replicó: — “Si no puedes manejar la carga, tal vez debas replantearte si tienes lugar aquí.” Con el cansancio y la herida emocional latente, Sophia respondió con tranquilidad, aunque con firmeza: — “Haré lo mejor que pueda, Clara.” Tras esas palabras, Clara la miró con frialdad antes de alejarse, dejando a Sophia sola y sumida en la lucha interna de demostrar su valía en un ambiente hostil.

Esa misma noche, después de acostar a sus hijos, Sophia regresó a casa sintiéndose abrumada por el peso de la jornada. Sabía que no podía mostrar debilidad delante de Clara ni de sus compañeros, pero en lo profundo se sentía sola, vulnerable y desgarrada. Con el corazón encogido, tomó su teléfono y envió un mensaje a Chris: — “Me siento tan sola aquí. Clara no se detiene ante nada para hostigarme, y los demás parecen creer cada una de las mentiras que ella difunde. Es como si estuviera luchando contra el mundo entero, y no tengo a nadie con quien hablar.” La respuesta llegó en pocos minutos, con un mensaje reconfortante que le recordaba su fortaleza: — “Sophia, eres increíblemente fuerte. Clara intenta romperte porque ve tu habilidad y potencial. No dejes que te desestabilice. Recuerda que, aunque esté lejos, siempre contarás conmigo.”

Aunque esas palabras le devolvieron una chispa de esperanza, el llanto se acumuló en sus ojos y el dolor interno persistía.

Días después, mientras Sophia recorría uno de los largos pasillos llevando sus dossiers, Clara, de forma deliberada, chocó violentamente contra su hombro, haciendo que los documentos se derramaran por el suelo. Sophia se quedó inmóvil por un instante, tratando de controlar la furia que amenazaba con desbordarse. Clara se detuvo por un momento, ladeó la cabeza con una sonrisa burlona y dijo: — “Oh, lo siento, no te había visto.” Con la mandíbula apretada y con toda su determinación, Sophia replicó sin titubear: — “Clara, si tienes un problema conmigo, dímelo en la cara en lugar de jugar con estas artimañas infantiles.” Clara, fingiendo inocencia mientras cruzaba los brazos, respondió con altivez: — “¿Un problema conmigo? ¿Por qué tendría yo algún problema con alguien que evidentemente no pertenece a este lugar?” Sintiendo que ya no podía callar más, Sophia reunió todo su coraje y declaró: — “Estoy aquí para trabajar y para demostrar mi valía. Si insistes en juzgarme, hazlo basándote en lo que produzco, no en tus prejuicios ni en tus inseguridades.” Ante la firmeza de Sophia, Clara se mostró momentáneamente sorprendida; tras un breve silencio, soltó una risa seca y se alejó sin mirar atrás, dejando a Sophia con el desafío constante de defenderse en un ambiente cada vez más hostil.

Con el tiempo, el acoso de Clara y las miradas de desdén se hicieron insoportables. Cada día, Sophia debía enfrentar la incomodidad de ser el blanco de rumores maliciosos y tareas excesivas. Una tarde, mientras entregaba sus bocetos en la sala de presentaciones, se percató de que varios compañeros la observaban atentamente mientras conversaban en voz baja. Entre ellos, Lisa, que era la confidente habitual de Clara. Aunque intentó fingir que no notaba esas miradas, al salir de la sala pudo escuchar claramente fragmentos de la conversación: — “En serio, no entiendo por qué está aquí. Clara tiene razón; está claramente favorecida.” Otro colega, Marc, suspiró y añadió: — “Todo el mundo lo sabe. Probablemente la han contratado porque al director general le atrae o tiene algún interés especial, pero definitivamente no es por su talento.” Esas palabras se sintieron como puñaladas en el corazón de Sophia. Por un breve momento, sintió que sus piernas flaqueaban, pero se obligó a cerrar los ojos y a inhalar profundamente, recordándose a sí misma: — “No saben nada de mí. Debo aguantar y seguir demostrando de lo que soy capaz.”

Mientras tanto, Clara continuaba ideando nuevas y sutiles formas de hostigarla. En una ocasión, le envió una lista interminable de tareas, con fechas límite casi inhumanas. Esa mañana, llegó al escritorio de Sophia sosteniendo un dossier voluminoso, y lo dejó abruptamente frente a ella. — “Sophia, revisa todo esto y corrige todo lo necesario. Quiero un informe completo para mañana en la mañana”, ordenó con voz firme y desprovista de empatía. Sophia examinó la enorme pila de documentos con evidente consternación y dijo: — “Clara, estas correcciones requieren demasiado tiempo. No creo que pueda terminar todo para mañana.” Clara levantó una ceja de forma despectiva, y con una sonrisa sarcástica comentó: — “Bueno, si no puedes hacerlo, quizás deberías reconsiderar si realmente tienes lugar aquí.” Aunque Sophia se sentía herida y agotada, respondió con calma, aunque con una determinación que brotaba de lo más profundo: — “Haré lo mejor que pueda.” Con un gesto frío y una mirada que helaba el alma, Clara le lanzó una última mirada antes de retirarse.

Esa noche, tras haber acostado a sus hijos, Sophia se sintió destrozada por el peso del día. A pesar de la obligación de aparentar fortaleza, en su interior se sentía completamente sola y vulnerable. Decidió entonces tomar su teléfono y enviarle un mensaje a Chris: — “Me siento tan sola aquí. Clara no se detiene ante nada para hostigarme y todos los demás parecen creer cada una de sus mentiras. Es como si estuviera luchando contra todos, y no tengo a nadie en quien confiar.” La respuesta de Chris llegó rápidamente, recordándole con palabras cálidas: — “Sophia, eres fuerte. No permitas que Clara te desestabilice. Demuéstrales lo que eres capaz de hacer. Aunque esté lejos, siempre estaré para ti.” Aquellas palabras le brindaron un atisbo de consuelo, aunque las lágrimas se mezclaron con la determinación de seguir adelante.

Pocos días después, mientras Sophia caminaba por un pasillo con sus dossiers en mano, ocurrió algo que la llenó de ira: Clara, de forma deliberada, chocó violentamente contra su hombro, haciendo que sus documentos se esparcieran por el suelo. Sophia se quedó paralizada por un instante, tratando de contener la furia que se acumulaba en su interior. Clara se detuvo y, con una sonrisa burlona, dijo: — “Oh, lo siento, no te había visto.” Sophia, con la voz firme y la mandíbula tensa, replicó: — “Clara, si tienes algún problema conmigo, dímelo de frente en lugar de recurrir a estos juegos pueriles.” Clara, cruzándose los brazos como si intentara aparentar inocencia, respondió: — “¿Un problema conmigo? ¿Por qué tendría yo algún problema con alguien que claramente no encaja en este entorno?” Sin poder seguir callando, Sophia reunió todo su valor y dijo: — “Estoy aquí para trabajar y para demostrar mi valía. Si quieres juzgarme, hazlo por medio de mi trabajo, no a través de prejuicios infundados.” Ante aquella respuesta llena de coraje, Clara pareció vacilar solo un instante antes de soltar una risa seca y alejarse.

Con los días transcurriendo, la atmósfera en la oficina se volvió cada vez más hostil. Las miradas llenas de recelo, los susurros maliciosos y las tareas desproporcionadas que Clara le imponía a Sophia se convirtieron en una pesada carga que la joven debía soportar en solitario. Una tarde, mientras depositaba sus bocetos en la sala de presentaciones, notó cómo varios compañeros la observaban atentamente y conversaban en voz baja. Entre ellos se encontraba Lisa, conocida por ser muy cercana a Clara. Sophia fingió no notar aquellas miradas, pero al salir de la sala pudo oír claramente parte de su comentario: — “En serio, no entiendo por qué está aquí. Clara tiene razón, seguramente fue favorecida.” Otro colega, Marc, suspiró y agregó: — “Todo el mundo lo sabe. Probablemente está aquí porque al director general le cae bien o tiene algún interés especial, pero no puede ser por su talento, en absoluto.” Esas palabras fueron como puñaladas directas al corazón de Sophia. Sintió que sus piernas flaqueaban imperceptiblemente, pero cerró los ojos, respiró hondo y se dijo a sí misma: — “No saben nada de mí. Debo aguantar y demostrar lo que valgo.”

Mientras tanto, Clara parecía deleitarse en idear nuevos métodos para hostigarla. En una ocasión, envió una lista interminable de tareas con plazos absurdamente imposibles. Esa mañana, al llegar a su escritorio, Clara apareció sosteniendo un dossier de gran volumen y, de manera brusca, lo depositó frente a ella. — “Sophia, revisa todo esto y realiza todas las correcciones necesarias. Necesito un informe completo para mañana a primera hora”, ordenó con voz gélida. Sophia observó aquella montaña de documentos con evidente desconcierto y comentó: — “Clara, estas correcciones requieren mucho tiempo.

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