Sophia se encontraba ante las grandes puertas de la casa familiar, con el corazón cargado por una mezcla de nostalgia y nerviosismo. Ese lugar, que en otro tiempo estuvo lleno de emociones contradictorias, representaba una parte de su pasado que había evitado cuidadosamente durante años. Pero hoy había decidido regresar, principalmente por sus hijos. Los trillizos, curiosos e inocentes, apretaban sus manitas mientras ella inhalaba profundamente antes de tocar el timbre.
Cuando Anna abrió la puerta, una sonrisa sarcástica iluminó su rostro. Sus ojos recorrieron rápidamente a Sophia y a sus hijos, reflejando una mezcla de sorpresa y desprecio. —Vaya, mira quién ha vuelto —dijo Anna, con una voz llena de burla—. La gran desaparecida. Francamente, creí que habías abandonado este mundo para siempre.
Sophia levantó la barbilla, negándose a dejarse desestabilizar. —Hola, Anna. He venido por cortesía.
Anna estalló en una risa fría, alejándose ligeramente de la puerta. —¿Cortesía? Eso es nuevo viniendo de ti. ¿Qué quieres exactamente? ¿Una reconciliación? Porque corres el riesgo de quedar decepcionada.
Sophia entró, arrastrando suavemente a sus hijos tras ella. Sus ojos recorrieron el interior, que era exactamente como lo recordaba: austero, casi glacial y cargado de tensión.
Catherine, su madrastra, estaba sentada en el salón, con una taza de té delicadamente sostenida entre sus manos. Al ver a Sophia, levantó ligeramente las cejas, pero su expresión permaneció distante. —Sophia. Qué... sorpresa —dijo, con un tono desprovisto de calidez.
Sophia avanzó, con los niños a su lado, y forzó una sonrisa. —Hola, Catherine.
Catherine apoyó la taza y examinó a los trillizos con un interés aparente, aunque teñido de desprecio. —¿Son... tus hijos? —Sí —respondió Sophia con seguridad—. Son mis trillizos.
Catherine se rió suavemente antes de girar la mirada hacia Anna, quien había retomado su actitud burlona. —Pues, es conmovedor. Pero dime, Sophia, ¿qué esperas conseguir viniendo aquí?
Sophia respiró hondo, tratando de no reaccionar ante las provocaciones. —He venido para hablar con papá. ¿Está?
Catherine intercambió una mirada con Anna y luego respondió con un dejo de desprecio. —Está. Pero dudo que quiera hablar contigo. Después de todo, has causado bastante desorden en esta familia.
En ese instante, Walter entró en la estancia. Su mirada se posó sobre Sophia, pero en lugar de la emoción que ella esperaba encontrar, solo vio una fría indiferencia. —Sophia —dijo simplemente—. ¿Por qué estás aquí?
Sophia sintió una oleada de tristeza, pero se mantuvo erguida. —Papá, he venido en paz. Quería presentarte a mis hijos, a tus nietos. Pensé que la familia aún tenía importancia para ti.
Walter la miró fijamente, con una expresión dura e impenetrable. —¿La familia? La familia tiene principios, Sophia. Valores que tú quebrantaste hace mucho tiempo. ¿Por qué debería escuchar algo que provenga de ti?
Sophia sintió cómo brotaba la ira, pero se la contuvo. —Papá, no estoy aquí para rememorar el pasado. He venido por respeto. Pero si no quieres escucharme, no insistiré.
Anna, deleitándose con cada segundo de tensión, intervino con una sonrisa burlona. —Francamente, Sophia, ¿por qué no te quedaste donde estabas? Siempre he tenido curiosidad por saber cómo sobreviviste a ese accidente.
Sophia se congeló, con las palabras de Anna resonando en su mente. Sintió que su corazón se aceleraba y una ola de sospecha la invadió. ¿Sería posible que Anna hubiera tenido algo que ver con ese accidente?
Sophia fijó la mirada en su media hermana, intentando descifrar la verdad en sus ojos, pero se contuvo de preguntar. —Veo que nada ha cambiado aquí, Anna —dijo finalmente—. Ustedes siguen siendo tan tóxicas, tan crueles.
Walter hizo un gesto brusco, interrumpiendo a Sophia. —Basta. Tú ya tomaste tu decisión hace mucho tiempo. No vengas ahora a buscar nada aquí.
Reuniendo todo su coraje, Sophia respondió con firmeza. —Muy bien, papá. Veo que no quieres oír lo que tengo que decir. Sepas, simplemente, que he venido por cortesía, por respeto. Pero ya que no quieres oír nada, me iré. Y no volveré jamás.
Con suavidad, tomó las manos de sus hijos, ofreciéndoles una sonrisa reconfortante a pesar de la tormenta que rugía en su interior. Los trillizos, inocentes, no comprendían la profundidad de las emociones de su madre. —Vamos, niños. No tenemos nada que hacer aquí.
Al salir de la casa, Sophia sintió el peso de las miradas de Catherine, Anna y Walter sobre ella, pero se negó a voltear. Esa visita, aunque dolorosa, había confirmado lo que ya sabía: debía seguir adelante sin ellos.
Después de la partida de Sophia, un silencio pesado se instaló en la casa familiar. Walter, visiblemente irritado por esa visita, abandonó el salón sin decir palabra y se retiró a su habitación. Catherine y Anna, solas en el salón, intercambiaron una mirada inquieta. Catherine puso su taza de té sobre la mesa y fulminó a Anna con la mirada. —¡Anna! ¿Qué se te ocurrió mencionar ese accidente frente a ella?
Anna, inicialmente sorprendida por el tono de su madre, encogió los hombros con indiferencia. —Solo dije lo que pensé. Francamente, mamá, ¿qué importa ya? Sophia sigue viva, a pesar de todo.
Catherine se enderezó y, con voz cortante, dijo: —Eso lo cambia todo, Anna. Nunca debiste decir eso. Ella está lejos de ser tonta, y ahora podría comenzar a hacer suposiciones.
Anna entrecerró los ojos, con una mezcla de desafío e inquietud en la mirada. —¿Y qué? Supongamos que ella sospecha algo. ¿Qué puede hacer? No hemos dejado ninguna prueba atrás, mamá.
Catherine suspiró profundamente, sacudiendo la cabeza. —No se trata de pruebas, es una cuestión de Walter. Si él empieza a tener sospechas, o peor aún, si Sophia le dice algo, podría arruinar todo lo que hemos construido.
Anna pareció reflexionar un instante, pero su expresión se oscureció. —¿Walter? Mamá, seamos honestas. Papá no quiere saber nada de Sophia. La rechazó hace mucho tiempo. ¿Por qué se interesaría de repente en lo que ella tiene que decir?
Catherine caminó de un lado a otro por el salón, visiblemente alterada. —Porque, Anna, por muy frío que parezca, Walter sigue siendo su padre. Si ella le habla de ese accidente y él empieza a hacer preguntas, podría indagar más a fondo. Y créeme, lo último que necesitamos es que descubra que fuiste tú…
Anna levantó las manos, interrumpiendo a su madre. —Sí, sí, lo sé. Pero no hay manera de que descubra algo. No tiene ninguna prueba, nada que pueda incriminarnos.
Catherine se detuvo, mirando a Anna con una intensidad glacial. —No seas tan confiada, Anna. No has visto su mirada. Puede que se haya ido diciendo que no volverá, pero apuesto a que reflexionará sobre lo que dijiste. Y si vuelve…
Anna puso los ojos en blanco, pero una chispa de preocupación pasó brevemente por su rostro. —Si vuelve, lo resolveremos. Dudo que tenga el coraje de enfrentarse a nosotras. Se fue una vez, y se irá de nuevo.
Catherine cruzó los brazos, aún escéptica. —Más vale que no vuelva. Y tú, cuida lo que dices en el futuro. Un error más, y todo nuestro plan podría venirse abajo.
Anna, aunque visiblemente molesta por la reprimenda, asintió con la cabeza. —De acuerdo, mamá. Tendré cuidado. Pero en serio, creo que te preocupas demasiado por nada. Sophia nunca ha sido lo suficientemente fuerte para enfrentarnos.
Catherine, aún desconfiada, optó por no responder. Se volvió a sentar en el sofá, mirando la puerta de entrada con una mezcla de aprensión y reflexión. —Esperemos que tengas razón —murmuró finalmente.
La velada estaba en pleno auge en uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad. Las arañas de luz centelleaban, proyectando destellos sobre las paredes adornadas con dorados y frescos elegantes. Los invitados, vestidos con sus mejores galas, se mezclaban en un ambiente donde el lujo y el exceso reinaban en absoluto. Entre ellos se encontraba Alexander Reed, CEO de una empresa floreciente e heredero de la familia más influyente de la ciudad. Su presencia imponente y su carisma natural atraían todas las miradas, pero esa noche, algo en su comportamiento traicionaba cierta agitación. Alexander, acostumbrado a mantener el control en todas las circunstancias, sentía que lo embargaba una extraña torpeza. Vagaba por los pasillos del hotel, tratando de escapar del bullicio del salón principal. Su mente, habitualmente clara y aguda, parecía confundida, y sus pasos, que usualmente eran firmes, se volvían vacilantes. Se detuvo un instante junto a una ventana, observando las luces de la ciu
Unas semanas habían pasado desde aquella noche misteriosa en el hotel. Sophia Carter había intentado retomar el curso de su vida, pero una extraña fatiga y persistentes náuseas matutinas comenzaron a despertar sus sospechas. Aunque nunca lo había imaginado, decidió comprar una prueba de embarazo, con el corazón pesado y la mente atormentada. Cuando vio las dos líneas rojas aparecer en el dispositivo, sintió que su mundo se desmoronaba. La realidad de su situación la golpeó con una intensidad brutal: estaba embarazada, y no tenía idea de quién era el padre . Temblorosa, permaneció sentada en su cama durante horas, mirando fijamente el resultado. Se preguntaba cómo podría comunicarlo a su familia y, más aún, cómo soportaría su reacción. Esa noche, entendió que no tenía más opción. Debía enfrentar a su padre, su madrastra y su hermanastra, Anna. En el amplio salón de la casa familiar, donde los muros estaban decorados con retratos de ancestros y candelabros resplandecientes que hacían
Sophia había desaparecido de los barrios animados desde aquella fatídica confrontación familiar. Era como si se hubiera borrado de la superficie visible de la ciudad, refugiándose en un rincón modesto donde nadie vendría a buscarla. Había encontrado trabajo como empleada doméstica en una pequeña empresa de limpieza. Cada día enfrentaba los dolores físicos y mentales que acompañaban su embarazo, mientras cargaba con el peso del rechazo y de las burlas que le habían lanzado. Los meses pasaban y su condición se volvía cada vez más evidente, pero Sophia, resiliente, continuaba trabajando para ahorrar lo poco que ganaba. Sabía que necesitaba juntar todo lo que pudiera antes de la llegada de su hijo. Sin embargo, a pesar de la dureza de sus días, guardaba en su bolso el colgante de jade que había encontrado tras aquella noche misteriosa. Se había convertido en su único símbolo de esperanza, el único vínculo tenue con un hombre del que apenas podía recordar la mitad. Una mañana de junio,
El sol se deslizaba lentamente por el horizonte en su suave descenso, tiñendo de un cálido resplandor dorado cada rincón del apartamento. La luz, casi mágica en su transición, bañaba la habitación principal donde Sophia se sentaba en silencio, disfrutando de la calma reparadora de aquel espacio modesto que Chris le había prestado tras su hospitalización. Esa noche, a pesar de los ecos del pasado y las memorias conflictivas, todo parecía en apariencia tranquilo. En la habitación contigua, los trillizos dormían plácidamente; sus respiraciones ligeras y rítmicas se fusionaban para formar una melodía sutil y consoladora, un pequeño himno de esperanza en medio del caos que había marcado la vida de Sophia. Sin embargo, en el interior de Sophia, el alma no hallaba reposo. El peso de sus recuerdos, esas verdades ocultas y los silencios que había acumulado, se hacían sentir con fuerza cada vez que su mirada se posaba sobre el colgante de jade que reposaba en la mesa frente a ella. Ese objeto
El sol de la mañana se percibió tímidamente a través de las cortinas del apartamento. Los trillizos se juntan alegremente en una manta en la alfombra, sus risas se mezclan con el traque de los platos que Sophia se escapó. La vida había reanudado una apariencia de normalidad desde el accidente. Chris, fiel a su promesa, había estado presente y protector, convirtiéndose en un verdadero ancla en la tormenta. Esa mañana, estaba parado cerca de la ventana, su mirada fija en la calle de abajo. Parecía reflexivo, casi preocupado. Sophia inmediatamente notó su actitud inusual y puso las placas que sostenía. - Chris, ¿algo anda mal? Se volvió hacia ella, una sonrisa ligeramente triste en sus labios. - En realidad ... tengo algo que decirte. Y ... una propuesta para hacerte. Ella frunció el ceño, intrigado. - ¿Una propuesta? Parece serio. ¿Qué está sucediendo? Chris se acercó a la mesa y tiró de una silla para sentarse. Cruzó las manos sobre la superficie de madera, buscando buenas palab
El día esperado finalmente había llegado. Sophia se despertó antes del amanecer, su corazón latía con la emoción y el nerviosismo. Los trillizos, todavía profundamente dormidos en sus pequeñas camas, eran pacíficas, ignorando la aventura que les esperaba. Chris ya estaba de pie, revisando los documentos y boletos por última vez, su seriedad habitual fortalecía la sensación de una partida inminente. La luz de la mañana comenzó a aparecer en el horizonte cuando el taxi llegó frente al apartamento. Sophia lanzó un último vistazo a la pequeña habitación que había llamado casa. Ella inspiró profundamente, apretando las tiras de su bolso y murmuró por sí misma: "Este es el comienzo de algo nuevo". Chris, ya fuera de instalar asientos de automóvil en el taxi, lo llamó suavemente:- Sophia, ¿estás lista? Ella asintió, tomando suavemente uno de los trillizos en sus brazos. - Sí. Vamos. El aeropuerto era un mundo en sí mismo, con sus luces animadas, sus anuncios regulares y las multitudes
Habían pasado cinco años, casi tan rápido como un soplo de viento. Milán había ofrecido a Sophia y sus trillizos a refugiarse y un nuevo comienzo. Había explorado el mundo del diseño con pasión, según lecciones, creando proyectos inspiradores y encontrando en esta ciudad parte de sí misma que creía perdida. Chris, un compañero fiel y un apoyo inquebrantable, había compartido cada momento con ella, mostrando una extraordinaria benevolencia y paciencia. Pero a pesar de los años y avances, un vacío persistió en el fondo del corazón de Sophia. Este colgante en Jade, esta promesa susurró en una noche lejana, y la pregunta no resuelta de un padre para sus hijos siempre la perseguía. Un día, cuando se dibujó en su pequeño taller, rodeada de la risa de sus trillizos, un pensamiento despejado le pasó a la mente. Era hora de volver. Era hora de enfrentar su pasado. Chris había notado la actitud ligeramente soñadora y preocupada de Sophia en los últimos días. Esa noche, cuando estaban sentados
Sophia recorría las animadas calles de la ciudad en su scooter, con una pila de sus borradores cuidadosamente atada a una bolsa en la parte trasera. Aquel día, había decidido dar un paso importante: postularse para un puesto en el departamento de diseño de la prestigiosa empresa Reeder Corp. Los años pasados en Milán habían agudizado su talento, y aunque estaba nerviosa, sabía que ese trabajo podría marcar un giro en su vida y en la de sus hijos.El sol brillaba alto en el cielo, cegador en ocasiones, y el bullicio del tráfico hacía que conducir fuera más complicado de lo habitual. Absorbida en sus pensamientos, Sophia no escuchó el sonido de un coche que se aproximaba en una intersección. En un abrir y cerrar de ojos, todo se trastornó.El scooter golpeó el guardabarros de un coche negro brillante con un ruido sordo, lanzando a Sophia ligeramente hacia un lado. Afortunadamente, sólo sufrió un golpe menor y se reincorporó rápidamente, aunque su bolsa de borradores, mal asegurada, se a