La puerta del despacho de Denise se abrió de golpe, haciendo que la gobernanta levantara la vista con calma, sin el menor sobresalto.
—Quiero el expediente de admisión de Francine. Con foto. Ahora. —Su voz era firme, cortante.
Ella cruzó los brazos despacio.
—Así que ya lo descubriste…
—¿Por qué lo escondiste de mí? —avanzó hacia el escritorio y golpeó la mesa con fuerza—. ¡Lo sabías todo este tiempo!
—Y tú parecías tan empeñado en descubrirlo… pensé que sería divertido verte intentarlo un poco más. —respondió con una sonrisa traviesa en los labios y esa voz tranquila que solo hacía todo más insoportable.
—¡Denise, por el amor de Dios! ¡Confié en ti!
—Y yo confié en que usarías el cerebro. —replicó, poniéndose de pie—. Pero cuando mezclas deseo con orgullo, te vuelves un idiota, Dorian. Y yo no te eduqué para eso.
—¡No tenías derecho a intervenir!
—Siempre lo tuve. Desde el día en que me trajiste a esta casa y llorabas escondido porque tus padres no recordaban tu cumpleaños.
Su voz ah