Otavio llegó a la mansión como cualquier otro día.
Saludó a los compañeros con una sonrisa amable, ajustó el cuello del uniforme y se dirigió hacia el área de servicio.
Estaba listo para otra jornada tranquila… o al menos eso creía.
—Otavio —lo llamó Denise desde el pasillo, con ese tono que solo ella tenía—. El señor Dorian pidió que lo viera en su despacho en cuanto llegara. Por favor, vaya ahora mismo.
Otavio frunció el ceño, sorprendido.
Rara vez lo llamaban directamente para hablar con Dorian, y mucho menos en su oficina.
Aun así, asintió, se acomodó el uniforme y obedeció.
Francine, que ordenaba la cristalería del salón como si cazara partículas invisibles de polvo, alcanzó a ver el momento en que la puerta del despacho de Dorian se cerró detrás de Otavio.
El pánico la golpeó como un trueno.
—¡Malu! —susurró fuerte, irrumpiendo en la cocina como un huracán.
—¿Qué pasa ahora, mujer?
—¡Otavio está en el despacho de Dorian!
—¿Y…? —Malu arqueó una ceja, masticando una galleta como s