La hoja estaba doblada, pero impecable.
La desdobló y recorrió con la mirada la estructura: nombres en orden alfabético, separados por sectores.
No necesitaba leer todo. Sabía exactamente adónde ir.
Letra F.
Ninguna Francy. Ningún apellido sospechoso. Nada.
— ¡Pero qué...! — el grito salió seco, seguido de un golpe firme en el respaldo del asiento delantero.
El impacto hizo temblar el tapizado.
El chofer miró de inmediato por el retrovisor, con los ojos muy abiertos, pero no se atrevió a decir una palabra. Conocía bien el temperamento de su jefe. Las palabras equivocadas costaban caro.
Dorian volvió a mirar el papel para asegurarse de no haberse equivocado, como si los nombres pudieran cambiar.
Fue en vano.
Y eso solo hizo que apretara aún más la hoja entre las manos, como si pudiera arrugar la frustración misma.
El coche apenas se detuvo frente al edificio cuando Dorian empujó la puerta con más fuerza de la necesaria, bajando como un huracán.
La puerta de vidrio del edificio casi vol