El beso se profundizó. Richard me sujetó el rostro con suavidad, pero con firmeza, acercándome a él como si no pudiera resistirse. Sentí su calor, su respiración mezclarse con la mía, y de repente todo lo demás dejó de importar.
Me dejé llevar sin pensarlo. Mis manos se apoyaron en su pecho y en su cuello, atrayéndolo más hacia mí. Todo en mí se rindió: ya no había miedo, solo él, sus labios, su cercanía.
Cuando se separó un poco, respirando con dificultad, me sostuvo por los hombros y me miró intensamente.
—Se mía, Nora… por favor. —Su voz, baja y firme, llenó el silencio.
No dudé. Lo besé otra vez, con la seguridad de que ya era completamente suya.
—¿No te has dado cuenta?… ya lo soy —le susurré entre los labios.
Me levantó en brazos sin esfuerzo, y me sentí completamente segura mientras me llevaba hacia la casa. Pero al atravesar la puerta de la cocina, no pude contenerme más.
—¡Bájame! —le dije, con una mezcla de risa y frustración.
Lo hizo, pero no me dejó ir del todo.
—No puedo