Abrí los ojos y lo primero que noté fue que estaba sola en la cama. Richard no estaba allí. Por un instante me quedé quieta, sintiendo ese vacío, y luego sonreí. La cama seguía caliente donde él había estado, y todavía podía sentirlo cerca, aunque él ya no estuviera.
Me puse mi albornoz de seda y me levanté despacio. Miré alrededor de la habitación por primera vez. Era amplia, con paredes de un gris cálido y una alfombra suave bajo los pies. La cama, enorme y desordenada, tenía las sábanas blancas arrugadas y el edredón revuelto. Sonreí al verla así, no podía evitar recordar todo lo que habíamos hecho la noche anterior. Había una estantería con libros y algunos objetos personales: fotos enmarcadas, un par de figuras que parecían recuerdos de viajes. Todo tenía un orden que mostraba cómo Richard vivía: práctico, pero con pequeños toques personales que lo hacían humano. Me detuve un momento frente al espejo, observando mi reflejo. Sentí una mezcla de asombro y felicidad; por primera vez