4• Positivo

Me despedí de Grace con un abrazo que me dejó un extraño calor en el pecho. Luego emprendí el camino de regreso a casa. No estaba lejos, pero la noche parecía alargarse con cada paso. Cuando por fin crucé la puerta, lo único que quería era llegar a mi habitación.

Dejé el bolso en la silla y me tiré sobre la cama. Encendí la televisión sin ganas, solo para tener un poco de ruido de fondo. Pasé un canal, luego otro… hasta que me detuve en seco.

Richard Preece. Otra entrevista. Otra vez su cara llenando la pantalla.

—¿En serio? —murmuré, rodando los ojos.

Estuve a punto de cambiar, pero algo llamó mi atención: un pañuelo blanco, bordado con sus iniciales, asomaba del bolsillo de su saco. Sentí un vuelco en el estómago.

—Un momento…

Me incorporé y abrí de golpe el bolso. Allí estaba. El mismo pañuelo. Lo sostuve entre mis manos y, sin poder evitarlo, lo acerqué a mi rostro. Tenía un aroma suave, elegante, como a madera y especias. Justo como me lo había imaginado.

—Dios mío… —susurré, y una sonrisa tonta se me escapó.

Entonces reaccioné. Lo lancé lejos, como si me hubiera quemado.

—No, no, no. —Me cubrí el rostro con las manos—. Una cosa es querer ser madre soltera… y otra muy distinta andar oliendo el pañuelo de ese hombre.

Intenté razonar conmigo misma. Quizás era otro Richard Preece, ¿no? No podía ser el único en el mundo.

Pero las similitudes… eran demasiadas. Y esa certeza incómoda me revolvía el estómago.

Me quedé pegada al canal, incapaz de apartar la vista de la pantalla. Richard Preece hablaba con esa seguridad arrogante que siempre me irritaba… hasta que dijo algo que me hizo arquear una ceja.

—…y creo que la honestidad es la base de todo, sin importar la posición que tengas en la vida —decía, con esa voz que parecía llenar toda la habitación.

Me acerqué un poco más al televisor, frunciendo el ceño, sorprendida por mis propios pensamientos.

—Finalmente… algo en lo que estamos de acuerdo —dije en voz alta, con una sonrisa irónica, sorprendida de sentirme tan conectada con lo que decía.

—¡Vamos, Nora! —me apuró Rupert desde la puerta, con impaciencia.

—Ya casi estoy lista —le respondí, terminando de ponerme el abrigo y metiendo las últimas cosas en el bolso.

Bajé al auto, todavía con el corazón un poco acelerado. Hoy era el día de la inseminación. Todo había salido bien con mis análisis, pero no podía evitar sentir esos nervios mezclados con emoción. Respiré hondo, intentando calmarme mientras Rupert arrancaba.

—No te preocupes —me dijo.

Asentí, agradecida por su presencia. Mis manos jugaban con el bolso, nerviosas, pero también aliviadas de que él estuviera allí.

—Gracias por venir —susurré, sin atinar a más.

Me sonrió, dándome un apretón ligero en la mano antes de abrirme la puerta.

—Ve tranquila. Tú puedes.

Caminé hasta la clínica, y al llegar a la recepción me indicaron la sala privada. Rupert me acompañó hasta la puerta, me dio una última sonrisa alentadora.

—Te espero afuera. Todo va a ir bien.

Respiré hondo y empujé la puerta. El silencio me envolvió y por un segundo sentí cómo los nervios crecían, pero me recordé que estaba lista.

No tardó en aparecer la doctora Ellen, con su acompañante a su lado.

—¡Buenos días, Nora! —dijo la doctora Ellen, sonriendo mientras se acercaba—. ¿Cómo te sientes hoy?

—Un poco nerviosa, pero lista —respondí, esbozando una sonrisa.

—Eso es normal —dijo, acomodando su bata.

—Hoy vas a estar muy bien —me dijo Ellen, mientras su acompañante organizaba todo en la mesa. Sus manos eran firmes, seguras, y eso me dio un poco de calma.

—Gracias —susurré, todavía nerviosa, mientras me acomodaba en la camilla.

—Bien, primero vamos a hacer una pequeña ecografía para asegurarnos de que todo esté listo. Luego realizaremos el procedimiento de inseminación. No te preocupes, será rápido y apenas sentirás molestia —explicó Ellen, con su voz tranquilizadora.

Me pidió que me recostara, me cubrió con la sábana y, con movimientos suaves, comenzó la ecografía transvaginal. Sentí un leve cosquilleo, pero sobre todo una mezcla de nervios.

—Todo se ve perfecto —dijo Ellen, sonriendo—. Ahora podemos proceder.

Mientras preparaban todo, mi corazón no dejaba de latir rápido. Respiré profundo, recordándome que había tomado la decisión más importante de mi vida. Y no habría marcha atrás.

—Vamos a empezar —dijo Ellen—. Solo sentirás un pequeño pinchazo al introducir el catéter, y luego todo estará listo.

Sentí un ligero pinchazo, apenas incómodo, y luego… nada más. Solo un cosquilleo y una sensación extraña de anticipación. Me recosté, cerré los ojos y traté de concentrarme en mi respiración.

—Listo, Nora. El procedimiento ha terminado —dijo Ellen suavemente—. Ahora solo necesitamos que descanses unos minutos antes de levantarte.

Me recosté unos minutos después del procedimiento, respirando hondo y sintiendo cómo el cosquilleo desaparecía poco a poco. Cerré los ojos, intentando dejar que los nervios se fueran con cada exhalación.

—Nora, puedes levantarte —dijo la doctora Ellen con suavidad—. Todo salió muy bien. Ahora solo quiero que sigas algunas indicaciones para los próximos días.

Me incorporé lentamente, todavía un poco mareada, mientras ella me explicaba.

—Evita esfuerzos físicos, trata de descansar, hidratarte y comer bien. No hay garantía de que funcione en el primer intento, las probabilidades son moderadas, pero hicimos todo correctamente y tus condiciones son buenas. —Su voz era tranquila, y eso me calmó un poco.

Tomé nota mental de todo lo que decía.

—¿Algún consejo extra? —pregunté, intentando no parecer demasiado nerviosa.

—Sí —dijo Ellen, sonriendo—. Mantén la calma, evita estrés innecesario, y sigue la dieta que te hemos recomendado. También hay algunas vitaminas que ayudan, pero lo más importante es cuidarte y no preocuparte demasiado. —Me entregó la tarjeta y recordó la cita de seguimiento para la próxima semana—. Cualquier duda, me llamas, ¿de acuerdo?

Asentí y me despedí con un «gracias», sintiendo un pequeño alivio mezclado con emoción.

Cuando salí de la clínica, ahí estaba Rupert, apoyado contra el coche.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó, tomando mi mano con suavidad.

—Bien… mejor de lo que esperaba —dije, con una sonrisa nerviosa.

Nos subimos al auto y Rupert arrancó, mientras yo me acomodaba en el asiento, todavía con el corazón latiendo rápido. El trayecto fue silencioso. Aunque yo sentía que mis nervios se mezclaban con la emoción. Al llegar, Rupert tomó el control de la cocina, preparando algo ligero para la cena mientras yo me acomodaba en el sofá cama, todavía un poco cansada.

—Descansa un poco, yo me encargo —dijo, sonriendo.

Comimos tranquilos, en silencio o hablando de cosas simples, hasta que nos recostamos uno al lado del otro en el sofá. Sentí que podía finalmente dejar salir todo lo que había estado reprimiendo.

—¿Has pensado… cómo sería si funciona? —preguntó Rupert, con curiosidad.

—Sí… un poco —dije, apoyando la cabeza en el respaldo—. Aunque quiero que todo vaya bien... tal vez he pensado en que podría ser... una niña o un niño, no sé —sonreí tímida—. Pero no deberíamos hacer demasiados planes. No sabemos si funcionará al primer intento.

Él me miró y asintió, entendiendo perfectamente, aunque con esa chispa traviesa en los ojos que me hizo sonreír.

—Está bien —dijo—. Pero soñar un poquito no hace daño. Incluso podemos pensar en nombres, si quieres. —Vale… —susurré—, pero solo un poquito.

Un mes después, me encontraba en la cocina del viñedo, sentada en la mesa de madera con Grace, mordisqueando unos blueberries que antes casi no soportaba. Hoy, sin embargo, los devoraba con una devoción que me sorprendía incluso a mí. Cada bocado parecía más dulce, más irresistible.

Grace me observaba con atención, algo en su mirada me hizo sentir curiosa.

—¿Qué pasa? —le pregunté, dejando la fruta a un lado.

—Desde cuándo te gustan tanto los blueberries —dijo, con una sonrisa suave.

Me encogí de hombros, intentando disimular, pero su mirada no se apartaba de mí.

—La verdad… no lo sé —admití—. Últimamente no puedo dejarlos.

Grace se acercó y me tomó el rostro entre sus manos, examinándolo con delicadeza. Sus ojos brillaban, y su toque era cálido, casi maternal.

—Nora… —murmuró, bajando la voz—. Estás radiante. Y… tus cachetes… se ven más regordetes.

Mi corazón dio un vuelco. La frase quedó flotando entre nosotras, y antes de que pudiera reaccionar, ella añadió con suavidad:

—Estás embarazada, ¿verdad?

El mundo pareció detenerse. Un calor extraño me recorrió el estómago, y de repente tuve que correr hacia el baño, incapaz de controlar el impulso. Vomité, sintiendo cómo todo dentro de mí se removía.

Grace me siguió, apoyándose detrás de mí y sujetándome el cabello con cuidado.

Su voz era firme, cálida, pero llena de certeza.

—Definitivamente estás embarazada, Nora.

Me apoyé contra el lavamanos, temblando, con el corazón acelerado. La noticia golpeaba fuerte, y una mezcla de miedo, incredulidad y emoción me inundaba. Grace permaneció a mi lado, tranquila, segura… como si supiera que todo iba a estar bien.

Apenas pude recomponerme un poco, mi primer impulso fue confirmar lo que sentía.

—Grace, necesito… necesito pruebas de embarazo —dije, todavía un poco temblorosa.

Ella me miró, sonriendo con complicidad.

—Las compro y te las traigo enseguida.

Cuando las tuvo en mis manos, no dudé ni un segundo. Tomé el teléfono y marqué a Rupert.

—Rupert… necesito que estés aquí —mi voz temblaba, pero no podía enfrentarlo sola.

—Claro, estoy yendo —respondió él enseguida.

No pasó mucho tiempo antes de que estuviera a mi lado. Nos sentamos juntos en el baño, él apoyado contra la pared y yo en el borde de la bañera, sosteniendo la primera prueba con las manos temblorosas.

Una tras otra, fueron saliendo positivas. Positivas todas. No podía creerlo. Cerré los ojos, respiré profundo y luego, incapaz de contenerme, salté hacia Rupert, abrazándolo con todas mis fuerzas.

—¡Voy a ser mamá! ¡Funcionó! ¡Funcionó! —grité, riendo y llorando al mismo tiempo.

Él me sostuvo firme, tratando de calmarme mientras yo seguía brincando de emoción.

—Cuidado, Nora… no te vayas a lastimar —dijo con una sonrisa divertida, mientras me rodeaba con los brazos—. Respira… respira un poquito.

Pero yo no podía, todo dentro de mí se desbordaba. Lo había logrado. Después de tanto tiempo deseándolo, de tanto nervios y esperanzas, finalmente… iba a ser mamá.

Todavía con el corazón latiendo a mil por hora y los brazos de Rupert rodeándome, respiré hondo y me separé un poco de él. Tenía que contárselo a Grace.

—Grace… estoy embarazada —dije, apenas un hilo de voz al principio, y luego más fuerte, con esa mezcla de emoción y asombro que aún me recorría.

Ella me miró con esa calma sabía que siempre la caracterizaba y, para mi sorpresa, esbozó una sonrisa tranquila.

—Lo sabía —dijo, como si fuera lo más natural del mundo—. Y mira a este chico —señaló a Rupert con un gesto suave y cómplice—. Felicidades a los dos.

Sentí que mi cara se sonrojaba mientras Rupert se reía nerviosamente, incómodo pero feliz por la situación.

—Grace… espera —dije, levantando una mano para detenerla—. No somos pareja, de verdad. Rupert solo… me está ayudando a cumplir un sueño. Es mi donante, no… nada más.

Ella arqueó una ceja, divertida, y le dio un toque cariñoso en el brazo a Rupert antes de volver a mirarme.

—Lo sé, Nora. Y, aun así, él ha sido parte de algo enorme en tu vida. Eso también merece celebración. —Sonrió, y pude sentir cómo le daba rienda suelta a su cabeza, imaginando por un instante todo lo que eso significaba para nosotros.

Respiré profundo, sintiéndome más ligera, más feliz, y asintiendo.

—Gracias, Grace. De verdad.

Ella me abrazó suavemente, y por un momento todo parecía encajar perfectamente. Finalmente… iba a ser mamá, y aunque no fuera una pareja tradicional, tenía a Rupert, a Grace y a mi propio corazón acompañándome en este nuevo comienzo. Grace aun me abrazaba cuando el timbre de mi teléfono rompió el momento. Al mirar la pantalla, vi el nombre de Ellen. Contesté de inmediato, con la sonrisa todavía en los labios.

—¡Ellen! —exclamé, casi sin aire—. Tengo que contarte algo maravilloso…

Al otro lado de la línea escuché su voz, pero no era la de siempre. Sonaba rápida, entrecortada, como si las palabras tropezaran con la urgencia.

—Nora… escúchame… necesito que vengas al hospital de inmediato.

Me detuve, confundida.

—Espera, espera, Ellen. ¡Funcionó! —dije con emoción, incapaz de contenerme—. Estoy embarazada. Lo comprobamos, todas las pruebas salieron positivas.

Hubo un silencio breve, como si ella se hubiera quedado sin aire.

—¿Funcionó? —repitió, apenas un susurro que sonó más preocupado que alegre. Después añadió con voz más grave—: Oh, Nora…

Mi sonrisa comenzó a desvanecerse.

—¿Qué pasa? ¿Por qué suenas así? —pregunté, el pecho oprimiéndose de a poco.

Del otro lado se escuchó un suspiro cargado de tensión.

—Cometí un error. Y necesito que vengas cuanto antes. No podemos hablar de esto por teléfono.

Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. La felicidad que acababa de abrazar se mezcló con un miedo inesperado, un nudo que me apretaba la garganta. Grace y Rupert me miraban expectantes, sin entender qué sucedía, mientras yo sostenía el teléfono con las manos temblorosas.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP