Me impresionaba lo mucho que podía decir sin palabras, solo con un beso, una caricia en el lugar preciso, la calidez y la humedad de mi boca explorándolo. Sabía que cada gesto, cada movimiento medido, encendía un fuego que se propagaba desde su piel hasta su alma, y eso me daba una sensación de conexión total que pocas veces había experimentado. No era solo un acto físico; era una declaración de confianza, de éxtasis compartido, de poder que se entregaba y se recibía sin reservas.
Mientras me guiaba con su mano enredándose en mi cabello, sentía que nos fundíamos en una danza donde solo éramos él y yo, un mundo sin más sentido que el placer que creábamos juntos, invisible pero tangible, suave pero intenso. En ese momento, la venda en sus ojos era más que un accesorio; era un símbolo de esa entrega desnuda, donde todo lo que importaba era el ahora y lo que yo podía hacer con cada pequeño gesto.
Sentía que podía leer su cuerpo como un libro abierto, construyendo en mi mente un mapa detal