Corría de un lado a otro, intentando terminar de vestirme antes de que alguien tocara la puerta. El vestido se negaba a cooperar; el cierre parecía tener vida propia y mis manos temblaban tanto que apenas lograba sostenerlo.
—Vamos… —murmuré entre dientes, intentando abotonarlo, pero cada vez que mis dedos rozaban la tela, el recuerdo de la noche anterior me atravesaba como una corriente eléctrica.
La imagen de él, sentado frente a mí, su respiración entrecortada, su voz grave pronunciando mi nombre… Todo volvía con una claridad tan viva que me hizo perder el aire por un instante.
Solté el vestido con un suspiro y me llevé una mano al rostro, dándome un leve golpe en la mejilla, lo justo para sacudirme las ideas.
—Tranquilízate, Nora —me dije en voz baja, intentando recuperar el control—. No eres una colegiala… eres una mujer de treinta años.
Pero el temblor en mis dedos seguía ahí, traicionándome. Porque por más que quisiera hacerme la fuerte, todavía podía sentir su respiración