El coche avanzaba por la carretera, y yo apenas podía concentrarme en el paisaje que pasaba a toda velocidad. El sol pegaba sobre el asfalto y los árboles lanzaban sombras que se movían rápido, casi como mi mente. Todo parecía tan normal, tan cotidiano… y yo me sentía como si acabara de despertar de un mundo que todavía olía a hospital, a miedo, a incertidumbre.
No podía dejar de pensar en lo que había pasado, en lo cerca que habíamos estado de perderlo todo. Y en él. En Richard. Cómo se quedó a mi lado, firme, sin dudarlo ni un segundo. Cómo sus manos me sostuvieron cuando mi cuerpo y mi mente parecían querer abandonarme. Me sentía débil, vulnerable… y al mismo tiempo extrañamente segura. Segura en él, aunque supiera que nada de esto era sencillo, que nada de esto era perfecto.
Mi mano descansaba sobre el asiento, temblorosa sin que yo lo notara del todo, hasta que sentí algo más. Su mano. Su mano cálida, fuerte, apoyándose suavemente sobre mi vientre. Una caricia tan simple, tan ca