Dos mujeres. Para César, no había ningún problema con eso.
En su círculo, era común que los empresarios y presidentes tuvieran más de una mujer.
Sin embargo, su obsesión carnal por Lorena solo aumentaba la culpa que sentía hacia Teresa en lo más profundo de su ser.
En grupo, salieron del aeropuerto por la zona VIP y se fueron directamente al estacionamiento subterráneo.
Blanco y Clara los seguían de cerca.
Cerca del auto, Teresa miró a César con tristeza.
—César, ¿vas a volver a la oficina a trabajar? —preguntó, con un tono melancólico.
Pensando en cómo mantener a Lorena mientras seguía atendiendo a Teresa, un sentimiento de culpa lo invadió.
—No, no estoy muy ocupado. Te llevaré a casa primero. —César sonrió con dulzura.
Teresa pasó de la melancolía a la alegría inmediatamente.
Blanco, observándolo todo, suspiró.
—Clara, creo debemos irnos rápido del estacionamiento. No vaya a ser que interrumpamos a tu jefe en mitad de algo importante.
Teresa, incómoda, bajó la mirada.
César le lanzó