La película se terminó y los dos salieron del cine junto con la gente.
—Ya se acabó la película, ya puedes devolverme mi celular —dijo Perla, extendiendo la mano.
César miró su mano blanca y delicada, y la agarró con fuerza.
—El festival de arte dura unos tres días, después te vas, ¿no? Vamos a comprarle algo a tu hija, quiero darle un regalo.
No quería que se fuera todavía. Quería más tiempo con ella.
Perla quitó la mano y la escondió detrás de su espalda.
—Ella no necesita nada. No hay por qué comprarle algo.
Cuando su mano quedó vacía, César sintió un hueco en el pecho. No sabía si era por el rechazo o por la forma en que ella evitaba cualquier contacto, o tal vez por todo junto.
Apretó la mano.
Su voz salió baja, sin fuerza:
—No me rechaces tanto, lo quiero hacer por ti.
Antes de que Perla dijera algo, su celular sonó.
—¿Qué pasa? ¿No puedes dejar eso para mañana?
Por lo que oyó, algo lo hizo enojar.
—Ya dije que hoy no trabajo. Si no puedes con eso, entonces mejor renuncia.
Colgó