No pasó mucho tiempo.
De alguna manera, Ricardo logró calmar a Marina y agarró el teléfono otra vez para hablar con Andi.
—Quédate con el tío César un rato. Después de que termine de almorzar con tu tía, iré por ti.
—¡Está bien, tío Ricardo! No hay prisa. —respondió Andi, con una voz angelical muy bien actuada.
Colgó y le devolvió el celular.
—Tío César, aquí tienes.
César lo recibió con calma y lo dejó a un lado sobre la mesa.
Mientras esperaban la comida, Andi lo observaba de arriba abajo.
¿Habría escuchado la voz de su tía gritando?
Cuando se dio cuenta de que era Marina quien llamaba, Andi había bajado el volumen del teléfono sin que se dieran cuenta.
Era un niño, sí, pero tenía sus mañas.
¡No podía permitir que el tío César viera como le gritaban!
Eso dañaría su imagen de niño bueno.
César había escuchado algo, pero no con claridad.
Y como no era alguien que le gustara meterse en los asuntos ajenos, simplemente lo dejó pasar.
Por otro lado, en el auto