En la hacienda.
Álvaro colgó y rápidamente le lanzó el celular a Marina. Ella se quedó quieta, mirando fijamente la alfombra, sin saber qué pensar. Solo reaccionó cuando Álvaro le gritó varias veces.
—Marina, ¡Marina!
—¡Ah! —gritó Marina, dándole un manazo a Álvaro.
—¿Qué es lo que haces? De repente pones esa cara y me asustas.
Álvaro no se movió, solo la miró, confundido, y preguntó:
—¿En qué piensas? Estás tan distraída que ni me escuchaste.
Luego, como si hubiera sacado una conclusión, se rio:
—Desde la cena de ayer estás rara. ¿Estás saliendo con alguien? Dime quién es, soy tu hermano mayor, debo darte mi opinión.
Álvaro apoyó su codo en el hombro de Marina. Ella lo miró con enojo y lo empujó:
—Ve a jugar a ser Batman y no te metas en mis cosas.
Álvaro no se molestó. Sonrió y dijo:
—Si no me dices nada, igual puedo investigarlo. Esa cámara en tu Porsche la instalé yo. En cuanto entre al sistema, veré todo… ¡Ya sabes!
Marina le tapó la boca rápidamente. Lo