La noche caía como un manto de terciopelo negro en alguna parte de Sicilia. El cielo estaba cubierto de nubes densas, y la luna se ocultaba tras ellas como si tuviera miedo de presenciar lo que estaba por ocurrir.
Rebeca observaba las fotos del beso, tomadas por un cómplice antes de morir. El corazón le golpeaba el pecho con furia, como un tambor desbocado. Encendió un cigarrillo con manos temblorosas por la ira. Tomó una de las fotos y hundió el cigarrillo encendido justo sobre el rostro de Alessandra, dejando una marca de ceniza y rencor.
Clavó su mirada en la poca luz que se filtraba por la ventana; parecía que incluso el sol se negaba a entrar en esa habitación cargada de tensión. Sacó el celular de su abrigo y marcó un número.
—Ven a buscar el sobre —ordenó con voz cortante—. Quiero que lo entreguen en la obra. Que sea lo primero que vea Leonardo. Otra cosa… ¿Hablaste con la mujer? ¿Le entregaste el collar y la nota?
El hombre al otro lado de la línea respondió: —Está