Después de la llegada, cada miembro de la familia se retiró a sus habitaciones, buscando refugio en la calma efímera. Isabella se quitó los zapatos y caminó descalza sobre la alfombra de terciopelo, dejando escapar un suspiro largo. El contacto del tejido suave contra sus pies cansados era un alivio inesperado. Francesco salió del baño con una toalla colgando de la cintura y el cabello húmedo cayéndole sobre la frente, dejando una estela de vapor cálido a su paso.
—Pensé que te habías dormido —murmuró él con una sonrisa torcida.
—¿Y perderme esa vista? Jamás —respondió ella, cruzando los brazos y admirando su cuerpo sin disimulo.
Francesco caminó hasta ella, la envolvió con sus brazos alrededor de la cintura y la besó con suavidad en la sien. El aroma de su piel aún impregnada de jabón la envolvió.
—¿Estás cansada?
—Estoy bien… solo que esos días en Sicilia se hicieron largos —susurró, apoyando su rostro en su pecho, donde el calor y el sonido de su corazón la tranquilizaban.
—Sí, y e