Cuando los abogados lo indicaron, salieron de la comisaría en dirección al hotel. Al llegar, las esquinas del hotel estaban bañadas por la luz del sol, como un manto dorado que iluminaba el camino de regreso a la libertad.
Leonardo cruzó el vestíbulo con pasos lentos, arrastrando aún el peso de la noche anterior. Su chaqueta colgaba abierta, el rostro marcado por el cansancio, pero había una luz nueva en su mirada: la de quien vuelve a respirar después de haber estado al borde del abismo.
Isabella, con Marco Antonio en brazos, se acercó con una sonrisa aliviada y lo abrazó. Charly extendió un brazo para palmearle el hombro. Don Marcos entró seguido por Jacomo y Francesco, apoyado en su bastón. Su voz, aunque baja, conservaba esa firmeza ancestral que aún imponía respeto.
—Vamos, denle espacio. Subamos a la suite para que se aseé y cambie de ropa.
Todos asintieron, siguiendo los pasos del Don de la familia.
Minutos más tarde, todo parecía en calma, pero bajo esa superficie dormían emoc