El aire en el almacén abandonado olía a salmuera rancia, a hierro oxidado y muerte. Cada respiración era una agresión al estómago. Las vigas del techo crujían como huesos viejos, húmedos y enfermos. El sonido reverberaba como un susurro de advertencia.Alessa estaba allí, con las muñecas cubiertas de sangre seca y piel quemada por las cuerdas. Su cuerpo se mecía con cada espasmo involuntario, y la droga que Roger le había inyectado le nublaba la visión como si viera a través de un espejo empañado. Su aliento era irregular. El sudor empapaba su ropa, enfriándola hasta hacerla temblar por el contraste entre fiebre y frío.—Pobrecita… —murmuró Roger, arrastrando una hoja helada sobre su clavícula. Como seda al contacto de un bisturí, dejando un hilo rojo que brilló bajo la tenue luz de la bombilla colgante. — ¿Sabes qué es lo más gracioso? —sonrió torcidamente—. Salvatore siempre llega tarde para lo que importa, pero nunca falta a su cita con la venganza.Un clic metálico quebró el silen
La noche caía como un manto de terciopelo negro en alguna parte de Sicilia. El cielo estaba cubierto de nubes densas, y la luna se ocultaba tras ellas como si tuviera miedo de presenciar lo que estaba por ocurrir. Rebeca observaba las fotos del beso, tomadas por un cómplice antes de morir. El corazón le golpeaba el pecho con furia, como un tambor desbocado. Encendió un cigarrillo con manos temblorosas por la ira. Tomó una de las fotos y hundió el cigarrillo encendido justo sobre el rostro de Alessandra, dejando una marca de ceniza y rencor.Clavó su mirada en la poca luz que se filtraba por la ventana; parecía que incluso el sol se negaba a entrar en esa habitación cargada de tensión. Sacó el celular de su abrigo y marcó un número. —Ven a buscar el sobre —ordenó con voz cortante—. Quiero que lo entreguen en la obra. Que sea lo primero que vea Leonardo. Otra cosa… ¿Hablaste con la mujer? ¿Le entregaste el collar y la nota? El hombre al otro lado de la línea respondió: —Está
Rebeca observaba desde el interior de un auto oscuro estacionado a unos metros del hotel. Las luces rojas y azules de la ambulancia parpadeaban en su rostro, dibujando sombras que acentuaban su mirada fría y calculadora. El reflejo del cristal le devolvía la imagen de una mujer que lo había perdido todo... menos el veneno.—No funcionó —masculló, viendo cómo subían a Salvatore, vivo, aunque ensangrentado.Apretó los dientes con fuerza, mientras sus uñas se clavaban en la tapicería del asiento.—Pero si no muere hoy… seguiré intentándolo. Voy a destruirlos. A los tres. —Su sonrisa se retorció en una mueca de odio—. Alessa pagará por cada sonrisa, por cada mirada. Por cada vez que fue amada.La rabia brilló en sus ojos como una chispa venenosa. Su plan de que se mataran entre ellos había fallado… pero su guerra apenas comenzaba.Al otro lado, Thiago corrió hacia el auto, se lanzó al asiento del conductor. Sus manos temblorosas, manchadas de sangre, apenas podían controlar el volante mie
Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.—Está fuera de peligro —anunció al fin.El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant
El aire del hospital era denso, cargado de desinfectante y tensión. Alessa y Charly caminaron hacia afuera, donde el mundo parecía girar con una normalidad cruel, como si el dolor de ellos no importara. El cielo estaba gris, plomizo, y una brisa húmeda agitaba suavemente las hojas de los árboles, como un suspiro contenido.Charly caminó hacia el auto y abrió la puerta para su hermana. Luego, tomó el lugar del conductor, encendió el motor y aceleró con un movimiento torpe, como si el cuerpo le pesara.El camino hacia la comisaría fue un silencio espeso, lleno de pensamientos no dichos. Charly, por momentos, apartaba la mirada de la carretera y observaba a su hermana de reojo. Ella tenía la vista perdida en el cristal, donde las gotas de una llovizna leve resbalaban como lágrimas. Sujetaba el collar con los dedos temblorosos, como si al hacerlo pudiera sostenerse a algo. Charly la conocía bien; sabía que no contemplaba el paisaje. Aunque así lo parecía, su mente estaba atrapada en un ab
El hotel estaba sumido en una calma tensa, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. El aire tenía un peso extraño, cargado de silencios no dichos y presentimientos oscuros. Alessa entró al lobby con pasos lentos, casi arrastrados, seguida de Charly y los abogados. Cada uno de sus movimientos parecía costarle un esfuerzo enorme, como si el alma le pesara más que el cuerpo.El recepcionista, al verla, simplemente asintió en silencio, con una mirada que decía más que cualquier palabra: entendía que aquel momento no admitía voces. Subieron en el ascensor sin hablar. Solo los acompañaba el zumbido suave del motor y el reflejo deslucido de sus rostros en los espejos, rostros marcados por el cansancio y la preocupación.Isabella abrió la puerta apenas escuchó el timbre. Su rostro estaba pálido como el mármol, con profundas ojeras que delataban noches en vela. Al ver a Alessa, no lo dudó ni un segundo: se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo desesperado, como si intentara
Cuando los abogados lo indicaron, salieron de la comisaría en dirección al hotel. Al llegar, las esquinas del hotel estaban bañadas por la luz del sol, como un manto dorado que iluminaba el camino de regreso a la libertad.Leonardo cruzó el vestíbulo con pasos lentos, arrastrando aún el peso de la noche anterior. Su chaqueta colgaba abierta, el rostro marcado por el cansancio, pero había una luz nueva en su mirada: la de quien vuelve a respirar después de haber estado al borde del abismo.Isabella, con Marco Antonio en brazos, se acercó con una sonrisa aliviada y lo abrazó. Charly extendió un brazo para palmearle el hombro. Don Marcos entró seguido por Jacomo y Francesco, apoyado en su bastón. Su voz, aunque baja, conservaba esa firmeza ancestral que aún imponía respeto.—Vamos, denle espacio. Subamos a la suite para que se aseé y cambie de ropa.Todos asintieron, siguiendo los pasos del Don de la familia.Minutos más tarde, todo parecía en calma, pero bajo esa superficie dormían emoc
Después de la llegada, cada miembro de la familia se retiró a sus habitaciones, buscando refugio en la calma efímera. Isabella se quitó los zapatos y caminó descalza sobre la alfombra de terciopelo, dejando escapar un suspiro largo. El contacto del tejido suave contra sus pies cansados era un alivio inesperado. Francesco salió del baño con una toalla colgando de la cintura y el cabello húmedo cayéndole sobre la frente, dejando una estela de vapor cálido a su paso.—Pensé que te habías dormido —murmuró él con una sonrisa torcida.—¿Y perderme esa vista? Jamás —respondió ella, cruzando los brazos y admirando su cuerpo sin disimulo.Francesco caminó hasta ella, la envolvió con sus brazos alrededor de la cintura y la besó con suavidad en la sien. El aroma de su piel aún impregnada de jabón la envolvió.—¿Estás cansada?—Estoy bien… solo que esos días en Sicilia se hicieron largos —susurró, apoyando su rostro en su pecho, donde el calor y el sonido de su corazón la tranquilizaban.—Sí, y e