Luego de sentir cómo el bebé se movía, Francesco fue interrumpido al escuchar un leve toque en la ventanilla. El sonido resonó en la quietud del auto, mezclándose con el murmullo lejano de los árboles mecidos por la brisa. Levantó la mirada y encontró a uno de los hombres de seguridad. Con un ademán pausado, bajó la ventanilla.
—Señor, ¿todo está bien? Vimos que se detuvo y vine para saber si ocurría algo —dijo Alberto, con tono de genuina preocupación.
Francesco respondió, dejando entrever una sonrisa serena.
—Nada, simplemente mi hijo se movió y disfrutábamos del momento. Es lo más maravilloso que se puede experimentar en la vida. Bueno, regresa al auto; nos movemos.
Antes de que Alberto pudiera marcharse, Isabella habló con suavidad, como si estuviera recordando algo precioso.
—Fran, ¿recuerdas esa pequeña heladería a la que tu padre y mi padrino nos llevaban cuando íbamos a la cabaña? —Sus ojos brillaban con una mezcla de nostalgia y anhelo.
Francesco asintió lentamente, una sombra