El problema en la obra había sido resuelto, pero el aire entre Alessa y Leonardo seguía cargado de emociones no expresadas. Caminaban de regreso a la oficina en silencio, el sonido de sus pasos resonando en el pasillo vacío. Alessa sentía el peso de la mirada de Leonardo sobre ella, pero no se atrevía a mirarlo directamente. Sabía que algo había cambiado entre ellos, algo que no podía ignorar por más tiempo.
Al entrar a la oficina, Leonardo cerró la puerta detrás de ellos. El espacio parecía más pequeño de lo habitual, como si las paredes se cerraran a su alrededor. Alessa se acercó a la ventana, mirando el paisaje urbano que se extendía más allá del cristal. De repente, sintió los brazos de Leonardo rodearla por detrás, envolviéndola en un abrazo tierno pero firme.
—Hoy fue un buen día —murmuró él, apoyando su barbilla en su hombro—. Me gusta trabajar contigo, Alessa. Me recuerda por qué empezamos todo esto.
Alessa cerró los ojos, disfrutando de la calidez de su cuerpo contra el suyo