Luciana estaba sentada frente a su laptop en la biblioteca de Alexander, tecleando con furia. Cada palabra, cada frase que plasmaba, llevaba consigo toda la frustración que había acumulado los últimos días. No era solo la tensión que flotaba entre ella y Alexander tras el beso. Era la maldita negación mutua que ambos habían decidido abrazar como un escudo.
Habían pasado dos semanas desde aquel momento de vulnerabilidad. Dos semanas en las que ninguno de los dos lo mencionó. Dos semanas en las que ambos fingieron que nada había cambiado.
Pero todo había cambiado.
Y ahora estaban atrapados en una rutina insoportable donde cada conversación se reducía a trabajo y profesionalismo.
—Esa escena que escribiste es un desastre —dijo Alexander, apoyado contra la estantería con los brazos cruzados.
Luciana levantó la vista, lanzándole una mirada de advertencia.
—Es un borrador, Varnell. No esperaba que fuera perfecto.
Alexander arqueó una ceja y se acercó a su escritorio. Le quitó la laptop con