La noche era espesa, cargada de un silencio inquietante. El único sonido en la habitación era el constante golpeteo de las teclas mientras Alexander escribía.
Luciana estaba a su lado, pero su atención no estaba en la pantalla, sino en él.
Seguía siendo el mismo hombre frío y distante. Su postura rígida, su expresión impasible… pero había algo diferente en su mirada.
Algo que lo hacía más peligroso.
Porque ahora no estaba escribiendo por obligación, sino por decisión.
Pero antes de que pudiera decir algo, el estruendo de un disparo rompió el silencio.
El Ataque
El cristal de una ventana estalló en mil pedazos.
Luciana se lanzó al suelo por instinto, sintiendo cómo Alexander la empujaba con fuerza, protegiéndola con su propio cuerpo.
—¡Mierda! —gruñó Alexander, tomando su laptop y metiéndola en una mochila.
Otro disparo.
Isabella apareció en la puerta, con la mirada afilada.
—Nos encontraron.
Gabriel maldijo entre dientes y sacó un arma de su abrigo.
—No podemos quedarnos aquí.
Alexand