El silencio en la casa de Marco era abrumador. Luciana estaba en la sala de estar, repasando en su mente todo lo que había aprendido sobre Isabella.
Nunca la había conocido en persona. Hasta hace unas semanas, su existencia era solo una sombra en la vida de Alexander, una historia sin final, una cicatriz abierta en su pasado. Ahora, su desaparición era el eje de todo lo que estaban haciendo.
Se frotó las sienes con los dedos, sintiendo la presión del estrés en su cabeza. Todo esto era más grande de lo que jamás imaginó.
—¿No puedes dormir?
Luciana levantó la mirada y encontró a Alexander apoyado en el marco de la puerta, con una taza de café en la mano. Su cabello estaba revuelto y las ojeras en sus ojos delataban el cansancio que cargaba.
—No dejo de pensar en todo esto. —murmuró ella—. Isabella… ¿qué era para ti realmente?
Alexander se quedó en silencio un momento antes de avanzar y sentarse en el sofá frente a ella. El fuego de la chimenea iluminaba sus rasgos con un resplandor dor