El rostro de Sofía en el umbral era una máscara de sorpresa forzada, rápidamente reemplazada por una expresión de falsa dulzura.
—¡Maxi, mi amor! ¡Feliz Año Nuevo! —exclamó, entrando sin invitación, su mirada recorriendo el apartamento antes de detenerse en mí con una sonrisa forzada—. Ay, no sabía que tenías compañía. Disculpa si interrumpo algo... íntimo se que también tienes necesidades.
Su tono era meloso, pero la puya venenosa en la última palabra era inconfundible. Sentí que la sangre me hervía en las venas. ¿Necesidades? ¿De verdad iba a rebajarnos a eso?
Maximiliano frunció el ceño, su sorpresa inicial dando paso a una clara molestia.
—Sofía, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en Caracas, cuidando a Mateo?— preguntó molesto.
Ella puso los ojos en blanco, como si la mención de su hijo fuera una inconveniencia.
—Ay, Maxi, no seas así. Me enviaron de la empresa, tenía un negocio importante que cerrar en la ciudad. Un contrato que no podía posponer. Tu no eres el único que viaja