Crisis y Control
El reloj en la pared marcaba cada segundo con una lentitud insoportable. Las cuatrocientas cinco millas a Inglaterra nunca le parecieron tan largas a Alexander.
Después de aterrizar, la prisa no cesó. Helena fue ingresada de inmediato al hospital privado donde Alexander pagaba cifras exorbitantes para que sus hombres recibieran la mejor atención. Pero en ese momento, no le importaba el dinero ni los protocolos. Solo importaba ella.
Ahora, frente a las puertas de la sala de urgencias, Alexander esperaba con las manos aún manchadas de sangre. La sangre de Helena. No se había molestado en limpiarlas, como si hacerlo significara aceptar que todo había terminado.
James lo observaba en silencio, la tensión endureciendo su mandíbula. No estaba acostumbrado a ver a Alexander así: vulnerable, quebrado, con el miedo pintado en el rostro.
Finalmente, despué