Atracción Peligrosa
Alexander había pasado la mañana en su despacho, rodeado de carpetas apiladas y documentos que aguardaban su firma, pero apenas había avanzado una línea. Cada vez que intentaba concentrarse, la tinta de las letras se deformaba en su mente hasta convertirse en otra imagen: Helena, de pie frente a él con los brazos cruzados, los ojos encendidos y la voz firme advirtiéndole que, si no llegaba en veinte minutos, lo haría dormir en el sofá.
En vez de irritarlo, aquel recuerdo lo había hecho sonreír de manera involuntaria, una sonrisa torcida que él mismo apenas reconocía en su rostro. Había algo en ella que le resultaba tan fascinante como insoportable: ese carácter indomable, esa lengua afilada que no dudaba en desafiarlo aunque supiera de sobra con quién estaba tratando ¿Cuántas personas en su vida se habí