La mañana se desplegaba con una calma engañosa sobre la mansión. Elena observó a través de la ventana de su habitación cómo el jardinero se alejaba después de su rutina matutina, dejando tras de sí el aroma fresco del césped recién cortado. Adrián había partido temprano a una reunión de negocios, prometiendo regresar antes del anochecer con aquella sonrisa que ahora ella sabía interpretar: una mezcla de advertencia y posesión.
La soledad de la casa le ofrecía una oportunidad que no podía desaprovechar. Desde hacía semanas, había notado algo peculiar en el comportamiento del jardinero. Siempre evitaba una zona específica del extenso jardín trasero, aquella parte que quedaba oculta tras el laberinto de setos y que Adrián había declarado como "en renovación". Una excusa que llevaba meses sin materializarse en ningún cambio visible.
Elena se calzó unas botas de jardinería y se cubrió con un sombrero de ala ancha. Si alguien la veía, podría justificar su presencia diciendo que quería super