El túnel parecía no tener fin. Elena avanzaba con pasos vacilantes, guiándose por la débil luz de su teléfono móvil. Las paredes de piedra húmeda se estrechaban por momentos, obligándola a encogerse para continuar. El aire era denso, cargado de un olor a tierra mojada y algo más... algo metálico que no lograba identificar.
Cuando finalmente vislumbró un haz de luz natural al final del pasadizo, sus piernas cobraron nueva energía. Corrió los últimos metros hasta emerger en un pequeño claro del bosque. Frente a ella, parcialmente oculta entre la vegetación, se alzaba una cabaña de madera. El tiempo había hecho mella en la estructura: las tablas estaban desgastadas, algunas ventanas rotas y el techo parecía hundirse en ciertos puntos.
—¿Qué es este lugar? —murmuró para sí misma, mientras recuperaba el aliento.
La cabaña parecía abandonada desde hacía años, pero algo en ella resultaba inquietantemente familiar. Elena avanzó con cautela, subiendo los tres escalones que conducían al porche.