Lucas no responde de inmediato. Sus labios se tensan, y en sus ojos —esos malditos ojos tan parecidos a los de Dante— veo algo quebrarse por un instante. Ayla se queda en la entrada, como si supiera que acaba de entrar en el ojo de una tormenta.
—¿Qué insinúas? —pregunta Lucas, su voz más baja, más tensa, más… peligrosa.
—No estoy insinuando nada —respondo despacio—. Te estoy preguntando directamente.
Él aparta la mirada. Y eso me basta.
—Mierda… —susurra Ayla, como entendiendo también.
—¿Es tu madre, verdad? Bianca Valente. —Lanzo las palabras como dardos, pero mi voz es suave, porque ya no necesito gritar para obtener respuestas.
Lucas se queda quieto. Demasiado quieto.
—No. Es mi hermana mayor, pero no puedes decirle a Dante —dice al fin, con un suspiro que parece arrancado de lo más profundo de su alma—. No todavía.
—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunto sin rodeos.
—Desde siempre. —Una verdad brutal. Seca. Dolorosa.
—Entonces tú sabías… lo del asesinato. Lo de Leonardo Moretti. Lo de