NARRADOR OMNISCIENTE
Sophía seguía sin poder moverse. El efecto de la droga la mantenía atrapada en un cuerpo inútil, mientras su mente flotaba entre la confusión y el miedo. Escuchaba risas. Voces. Algunas nítidas. Otras, como ecos distorsionados que se le clavaban en el pecho.
Lo que sí sabía es que ya no estaba en la mansión Ferrer, lo intuyó por el olor a humedad, la fuerte brisa del exterior y la poca luz del lugar.
—¿Está viva? —preguntó Victoria, con tono impaciente.
—Lo justo para que mire —respondió Valentina, jugueteando con un mechón del cabello de su hermana—. Quiero que vea cómo se hunde todo.
Sophía quiso gritar, pero solo un leve murmullo salió de sus labios. Estaba más inconsciente que despierta. Estaba luchando contra el sedante, pero le era imposible.
—No gastes fuerzas —susurró Victoria, acariciándole el rostro con esa frialdad escalofriante que la caracterizaba—. Aún nos sirves. Por eso sigues viva.
Afuera, un auto se detuvo. El sonido apagado de una puerta cerrá