Theodore colgó la llamada, sintiendo una frustración agobiante que crecía con cada día que pasaba. Sus hijas y su mujer eran su razón de vivir, y aunque no era controlador con ninguna de las tres, no se sentía en paz si no sabía qué estaba haciendo cada una. Siempre había temido dejar ir a su hija menor al extranjero, pero confiaba en que Elise les tuviera consideración y los avisara de que estaba bien, no que los ignorara de esa manera.
—Tal vez deba ir, no puedo quedarme así —murmuró.
La idea de ir a buscar a su hija se hacía cada vez más fuerte en su mente. No podía sacarse de la cabeza la posibilidad de que tuviera un problema que no quisiera contarles para no preocuparlos.
—Jefe, llegó el encargo —dijo Farah, su asistente en cada preparación.
—Encárgate tú —murmuró.
—Me temo que el señor Sangster quiere que usted se encargue personalmente de esto. Se lo prometió.
Suspiró. ¿Cuándo terminarían los encargos? Nunca se negaría a hacerlos, pero le parecía extraño que esa semana ya lleva