Elise
Desear vomitar era poco para lo que sentía, pero lo hice de todas formas. No había manera de expiar mi horrible pecado, pero al menos quería que Andrei supiera cuánto rechazo me causaba lo que habíamos hecho.
—No. No puedes traerlos —le solté tajante al salir del baño, ya vestida.
No tenía idea de en qué hotel estábamos, pero por la pequeña ventana del baño me alivió ver que seguíamos en Tokio.
Andrei me observaba desde el sofá, impasible. También se había vestido, aunque los botones de su camisa seguían desabrochados. A pesar de la angustia que me generaba pensar en lo que provocaba en mí, le sostuve la mirada.
—No hay nada que puedas hacer o decir para convencerme —dijo, bajando lentamente la mirada hasta mis pechos.
Lo pensé. Pensé en descubrirme y sentarme sobre él para rogarle, pero ya había cedido a demasiadas cosas. No podía hacerle eso a Alessio. No podía hacérmelo a mí. No podía ser yo quien tomara la iniciativa.
¿Cómo ceder por voluntad propia a la enfermedad?
No tenía