Reinhardt tragó saliva, pero le costó. El oxígeno le raspaba por dentro. Tal vez si la mataba se libraría de toda aquella situación tan conflictiva, pero no podía hacerlo. Nunca pudo. Ni siquiera cuando creyó que sólo era un muchacho más. Sin embargo, tener sentimientos por Jordan era como desarmarse frente al enemigo, porque aceptar lo que sentía era admitir que ella tenía el poder de destruirlo.
Y entonces, como si esa vulnerabilidad fuese demasiado insoportable, como si la verdad le abriera una herida que no sabía cómo cerrar, se le escapó una sonrisa sarcástica, de esas que usaba cuando no sabía cómo protegerse.
—Qué astuta… —musitó.
Pero Jordan no se encogió. No bajó la mirada, y tampoco se ofendió.
—No se trata de astucia, Reinhardt. Se trata de que esa es la verdad.
—¿Qué es lo que estás tratando de hacer? —cuestionó él—. ¿Qué buscas presentándote así ante mí? ¿Acaso estás intentando ofrecerte? ¿Crees que de esa manera voy a olvidar todo lo que hiciste?
Su voz, dura como un lá