Jordan sintió cómo su estómago se retorcía y la manera en que el calor le subía al rostro, no de deseo, sino de humillación. Sintió cómo las lágrimas pugnaban por salir, no por debilidad, sino por frustración. Porque ella había bajado todas sus defensas. Porque se había atrevido a mostrarse, a presentarse ante él con todo lo que era, sin máscaras, sin escudos. Y él solo la aplastaba.Pero lo que Reinhardt no decía, lo que se callaba con esas palabras crueles, era que sí la deseaba, que no podía apartar la mirada, que cada curva de ese vestido le quemaba la piel y el alma.Y aún así prefería destruirla antes que admitirlo, porque eso lo volvía vulnerable, porque eso significaba que ella tenía el control, y Reinhardt no soportaba no tener el control.A Jordan se le formó un nudo áspero en el pecho, como si dentro de su corazón alguien hubiese apretado con rabia un puñado de espinas. Le ardía respirar. No sabía qué hacer. No sabía qué decir.Se sentía estancada, como si su cuerpo estuvie
—Quizás si saliera allá afuera... —siguió Jordan—. Si buscara la forma de aprender, si encontrara a alguien que me enseñe cómo debo complacer a un hombre, cómo tocarlo, cómo moverme, podría regresar aquí contigo, y mostrarte todo lo que he aprendido. Reinhardt frunció el ceño lentamente, como si sus propias emociones estuvieran tardando en comprender lo que acababa de escuchar. —¿Qué? —preguntó, desconcertado—. ¿Qué es lo que estás insinuando?—Tal vez... —murmuró ella, sin atreverse a mirarlo directamente—. Tal vez si hubiera estado con alguien más, podría deshacerme de esta inexperiencia para poder complacerte como se debe.Lo dijo así, sin pensar demasiado, sin intención de herir. No era una provocación, era una confesión a media voz nacida de su propia inseguridad, de esa tristeza que había ido anidando en ella desde que sintió que no era suficiente. Jordan no sabía cómo sonar fuerte sin parecer impertinente, ni cómo ocultar la herida cuando algo la alcanzaba de lleno. Reinhard
Él bajó lentamente la mano. Sus dedos se separaron del brazo de Jordan como si soltarla doliera más que sostenerla. Después de lo que ella acababa de decirle, la voz en su cabeza no lo dejaba en paz. ¿Eso estaría bien? ¿Eso sería lo correcto? ¿Tomarla sería una derrota? ¿Sería admitir que ella tenía el poder, o estaba equivocado al respecto?Jordan lo había desarmado. Lo había arrastrado al rincón donde las excusas ya no funcionaban, donde solo quedaban los impulsos y las verdades que había intentado enterrar durante tanto tiempo.Y ahí estaba ella. Delgada, vulnerable, terca, y valiente, con esa cara fina y esos ojos que a veces parecían desafiar al mundo entero. Y de pronto, Reinhardt sintió que todo su control se tambaleaba una vez más.Recordó el pasado, cuando pensaba que Jordan era un joven escurridizo y callado que le robaba la paz. Lo deseaba, quería verlo sin ropa, quería hundirse en él, quería hacerlo suyo sin tregua, sin lógica, sin importarle lo que fuera.Y ahora que sab
Reinhardt la observó con sorpresa y, al mismo tiempo, con satisfacción. En ese instante, la lucha interna que había estado sofocando estalló. La idea de tenerla completamente, de hacerla suya, de someterla a su voluntad, le resultaba tan tentadora como peligrosa.Pero era un riesgo que había decidido tomar. Y, tal vez, al igual que ella, necesitaba ese pacto de placer, de poder y rendición. En ese instante, Jordan no era solo su prisionera. Era su oportunidad, su condena y su liberación.Reinhardt la miró, y por un instante, el mundo se detuvo. La frialdad que siempre dominaba sus pupilas comenzó a disiparse, como si una capa de hielo se estuviera derritiendo. Ya no intentaba esconderlo. La deseaba. La necesitaba. La miraba como si fuera el último sorbo de aire en un mundo que se desmoronaba, como si la única forma de salvarse fuera poseerla, absorberla, hacerla suya.En un movimiento casi desesperado, lo siguiente que hizo fue colocar su otra mano en la otra mejilla de ella. La atraj
Reinhardt respiró hondo, domando ese impulso que a veces lo volvía impaciente. Alzó la vista hacia Jordan y sus ojos buscaron algún signo de rechazo, pero solo encontró en ella nervios y entrega, y eso bastó para que se volviera más suave, más cuidadoso.Volvió a inclinarse sobre su intimidad, reanudando los besos con una devoción lenta. Sus labios encontraron el calor húmedo entre sus muslos, y esta vez no hubo prisa. La besó como si cada roce fuera parte de una ceremonia. Le acarició la piel con la lengua, trazando círculos, presiones sutiles, hasta que la sintió temblar nuevamente, esta vez por placer.La ayudó a levantar las piernas, con una mano firme bajo cada muslo, y las separó con más seguridad, dándose más espacio, más libertad para entregarse a su tarea. Siguió lamiendo con esmero, con intensidad, como si esa fuera su única razón de estar ahí. Y lo fue, durante ese momento.Cuando notó que la humedad era generosa, que el cuerpo de Jordan reaccionaba con más confianza, llevó
El vestido que Jordan aún llevaba puesto le pareció a Reinhardt una barrera molesta. Lo tomó con firmeza y lo rompió sin dudar, dejando caer los restos de tela al suelo. Entonces la tuvo frente a él, completamente expuesta, y por un instante no hizo nada. Solo la miró, la admiró, como si esa imagen fuera a quedarse grabada en él para siempre.Se inclinó sobre ella de nuevo, decidido a seguir descubriéndola. Con la lengua volvió a recorrer su piel, descendiendo lentamente, con devoción, besando el valle de su vientre, acariciando con los labios cada rincón que merecía ser venerado.Reinhardt se deshizo del cinturón con un movimiento decidido, como si no pudiera esperar más. Se bajó el pantalón, luego la ropa interior, y su virilidad quedó al descubierto, dura, deseosa, marcada por la ansiedad acumulada que llevaba tanto tiempo reprimiendo. Jordan lo miró, y por un momento el aire pareció estancarse en sus pulmones. La masculinidad tan cruda de Reinhardt se alzaba frente a ella y no pud
Jordan sintió un ardor extendiéndose por sus caderas, como si cada embestida de Reinhardt encendiera su piel. Al principio, el dolor era punzante, pero poco a poco, ese filo áspero comenzó a mezclarse con el placer, a confundirse en un solo latido caliente que vibraba en su interior. Era un dolor que se volvía dulce, adictivo. Su cuerpo empezaba a adaptarse, a rendirse, a abrirse a él como si siempre hubiese estado destinado a hacerlo.Reinhardt no dejaba de moverse. Iba más rápido, más profundo, más decidido, como si cada embestida reclamara lo que por tanto tiempo había reprimido. Sus manos eran una extensión del deseo: no dejaban de recorrerla, de apretar y de acariciarla. La miraba con los ojos entrecerrados por el placer, contemplándola por completo —el cuerpo, el rostro, la manera en que lo recibía, los gemidos que escapaban sin filtro de su garganta—, y cada detalle lo encendía más.El sonido de sus cuerpos encontrándose llenaba el espacio húmedo e íntimo. Reinhardt soltó un gr
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.