En la entrada del colegio, el bullicio era enorme. Padres tomando fotos, niños llorando, otros corriendo sin mirar atrás. Emiliano sintió una punzada de ansiedad. No por Amelie, sino por él. Era la primera vez que la dejaba en un lugar lleno de desconocidos, y aunque sabía que era lo correcto, su instinto gritaba por mantenerla cerca.

— La pequeña le apretó la mano. — ¿Puedo llevarme tu reloj? Solo por hoy — preguntó —. Así te siento cerca.

— Él se lo quitó sin dudar y se lo puso con cuidado en la muñeca. — Solo por hoy. — Dijo sonriendo.

La maestra los llamó. Era hora de despedirse. Amelie dio un paso, luego otro, y después se giró.

— Papá… ¿puedes quedarte hasta que entremos?

— Hasta que no me dejes ir.

Ella asintió. Y cuando finalmente cruzó la puerta del salón, Amelie giró una última vez y levantó su mano con fuerza, mostrando el moño amarillo que él le había colocado con torpeza esa mañana. Emiliano sonrió porque entendió que ella lo llevaba consigo, incluso cuando empezaba a ca