Capítulo 4— No tienes idea
Narrador Caminando con algo de prisa tratando de escapar de la mansión Prat, Bárbara respiró aliviada al ver que estaba lo suficientemente lejos como para no ser atrapada. Bajando los shorts de dormir, los cuales eran más cortos de lo que pensó, Bárbara cruzó la calle, y viendo del otro lado la casa de su amado, respiró aliviada. —Maldito imbécil— imitó la voz de Herodes, que era bastante gruesa—. Lindo trasero. Soltando maldiciones al recordar a su ahora esposo, y lo estúpido que solía comportarse, Bárbara ingresó al jardín de la casa de la madre de Fabián, y empezando a asomarse por las ventanas de la misma, parecía que estaba vacía. —Será que no hay nadie. Observando primero el interior de la humilde casa por la ventana de la pequeña estancia, ni rastros de la señora Benatti se veían, pero sabiendo que en ocasiones esta solía irse a casa de sus hermanas en la ciudad vecina, Bárbara rodeó la propiedad recordando de la llave oculta que había en el jardín trasero. —¡Fabián! ¿Dónde mierdas te has metido? Murmurando mientras buscaba la llave entre los arbustos deseando ponerse a salvo del infeliz de Herodes, una vez la encontró, Bárbara se dirigió a la puerta de atrás, la misma que conducía a la cocina, y abriendo ésta con gran facilidad, una vez en el interior lo vio, tirado en el suelo como muerto. —¡Fabián! Llevando las manos a su boca mientras su corazón palpitaba con fuerzas esperando lo peor, una vez salió de su descolocación, Bárbara se apresuró a auxiliarlo, sin embargo, al hacerlo, el olor a alcohol le hizo saber que estaba bien, solo un poco ebrio. —¡Fabián! ¡Fabián, Carajos! ¡Reacciona! Agitándolo mientras se encontraba arrodillada en el suelo, con la esperanza de verlo despertar, Bárbara removió a un Fabián que no podía ni con su propia alma, y abriendo sus ojos con las pocas fuerzas que le quedaban al verla un poco borroso, pensó que se trataba de una alucinación. —Baby... Mi Baby, ¿estás aquí?— arrastrando la lengua pues ni hablar podía debido al alcohol en su sistema, Fabián elevó su mano para acariciar la mejilla de Bárbara, y sintiendo la suave piel bajo sus dedos, sus ojos se abrieron un poco más al descubrir que era ella, que su Baby estaba allí con él— ¿De verdad eres tú? Reincorporándose con un poco de dificultad, Fabián tomó a Bárbara de la base de su cuello, y confirmando que era ella, la misma mujer que amaba con locura, con cada fibra de su ser, juntó sus frentes tras depositar un casto beso sobre sus labios. —Viniste a verme— cerró los ojos con sus frentes juntas— Viniste a verme, Baby... No te imaginas lo mucho que te extraño mi amor. Sintiendo sus ojos escocerse al verlo al fin, tras unir su vida a un infeliz que odiaba con todas sus fuerzas, Bárbara acunó el rostro de Fabián, y empezando a esparcir pequeños besos sobre su rostro asintió, feliz al ver que él no le guardaba rencor después de lo que hizo para salvar a la empresa de su padre. —Sí, mi amor, aquí estoy— y lo besó. El beso fue un golpe seco, algo inesperado cargado de los sentimientos no dichos. Bárbara lo atrapó por sorpresa, presionando sus labios con fuerza contra los de él, mientras sus dedos se hundían en su nuca, jalándolo hacia sí como si quisiera devorarlo. Fabián, que no esperaba el ataque, tardó apenas un segundo en responder, pero cuando lo hizo, tiró de ella para que tomara asiento en su regazo, apoyando una mano en su muslo, aferrándose con firmeza. —¡Mierda, Baby! No sabes cuanto te amo— Fabián cerró los ojos, juntando sus frentes de nuevo— ¿Él te lastimó? ¿Te obligó a hacer algo que no querías? Porque si es así, Baby— Fabián apretó los dientes con ira contenida— Te juro que lo mato en este momento. Negando pues mentiría si decía que Herodes le había hecho algo más que molestarla, Bárbara tomó a Fabián de sus hombros, y obligándolo a mirarla, respondió. —Fabián... Herodes no me ha hecho nada... Absolutamente nada, solo molestarme, pero nada más ¿Me has escuchado?— Agitándolo sabiendo que en su estado podría hacer cualquier estupidez, Bárbara insistió, y abriendo los ojos sintiendo como poco a poco el alcohol se disipaba en su sistema, este respondió. —Y que no se atreva a hacértelo... Sino se las verá conmigo. Valorando esa promesa más que cualquier cosa, Bárbara abrazó a Fabián con todas sus fuerzas, sintiendo que él siempre sería el amor de su vida, y pensando que era el momento de colocarse de pie, ella le extendió la mano a Fabián para ayudarlo a llegar a la estancia. —Creo que una sopa te hará bien para despertar. Tomando su mano sin pensarlo demasiado, Fabián junto a Bárbara llegaron a la estancia, y tomando asiento en el pequeño sofás de la misma, la nueva señora Prat dijo antes de ponerse de pie. —Te preparé algo de comer. Regresando a la cocina, Fabián pretendía ponerse cómodo mientras esperaba a Bárbara, y abriendo la puerta principal de la casa de una sola patada uno de los hombres de Herodes, este entró sin siquiera anunciarse. —¿Dónde mierdas está ella? —Tomando a su viejo amigo del cuello de su camisa, Prat preguntó con un siseo peligroso, con una calma medida que solo era un preludio de la tormenta que estaba a punto de desatarse, y titubeando, Fabián ni siquiera pudo contestar. —Riccardo... Busca. Antes de terminar de ordenar, Bárbara apareció en la estancia por cuenta propia sin saber lo que estaba pasando, y quedando rígida en el mismo punto al ver a Herodes, murmuró. —He... Herodes ¿Qué haces aquí? Dando solo un par de pasos hasta llegar a ella, sin mucha prisa, Herodes se detuvo a escasos centímetros, y sonriendo de lado ya que si pensó que se saldría con la suya se había equivocado, Prat respondió. —¿Pensaste que no te buscaría, Bárbara? ¿Que te dejaría que me vieras la cara de idiota con ese infeliz? —Señaló a Fabián quien seguía en el sofá, mientras era sostenido por Riccardo. Negando a punto de perder la paciencia al ver sus ojos de niña asustada al ser atrapada, Herodes ladeo su cabeza antes de decir—. Es evidente que no te haces una idea de con quién te has casado. Haciendo de sus manos unos puños a sus costados, sintiéndose una prisionera de Herodes, Bárbara se atrevió a elevar su mano, e impactándola en la mejilla de su esposo. Prat permaneció por un instante inmóvil sin poder creer que ella se había atrevido a abofetearlo. —Tienes razón no tengo idea de con quién carajos lo hice, Herodes... Pero tú, no tienes derecho a tratarme como objeto que manipulas a tu antojo. Regresando su rostro a ella, sintiendo su mejilla arder, Herodes ladeó la cabeza a los lados un par de veces, y haciendo una mueca aceptando que ese era ella para él, una propiedad este soltó. —Tienes razón, Baby no eres una propiedad pero eres ¡Mía! —Enfatizó lo último siseando sobre sus labios—. Y eso para mí es suficiente para hacer contigo lo que me plazca. Inclinándose ligeramente, Herodes tomó a Bárbara de sus piernas, y tirándola sobre sus hombros la cargó con gran facilidad como si se tratara de un saco de papas. —¡Y tú! —Dijo señalando a Fabián—. Te dije que te alejaras de ella... No me obligues a hacer volar la cabeza de tu cuello. Saliendo de la humilde casa, mientras Bárbara gritaba, pataleaba sobre sus hombros, Herodes la metió en el interior de su auto sin problema alguno, y subiendo a su lado le dio una mirada, que le hizo saber a Baby que un movimiento en falso, y Herodes Prat reduciría a cenizas a las personas que ella más amaba.