Cuando sus ojos se cruzaban con los de Enzo en la empresa, colocaba todo su empeño en ignorarlo. No importaba que su corazón se acelerara o retumbara cual tambor.
Ya no eran esposos.
Ya no eran absolutamente nada.
Únicamente compartían algo importante: tres hijas.
—Valeria…
La voz del hombre se escuchó tan cerca que no pudo evitar girarse con fastidio para decirle que la dejara en paz. Sin embargo, sus palabras murieron al darse cuenta de que no era lo que creía. No le estaba rogando, no estaba insistiendo con aquella mentira llamada “amor”, solamente quería saber algo tan simple como a qué hora podría visitar a las trillizas al día siguiente.
Suspiró.
—Estaremos todo el día en casa. Puedes pasar a la hora que gustes.
—¿Te parece si las llevo al parque de diversiones? —preguntó cauteloso.
Valeria lo pensó por un instante. Sabía por experiencia propia que salir con tres niñas pequeñas no era un asunto fácil. Las trillizas eran muy curiosas e inquietas y, aunque eran obedientes