Capítulo 008

Desde que supo las cláusulas del acuerdo prenupcial, la paz simplemente desapareció y el futuro se tornó demasiado incierto para Valeria.

¿Le ataría este matrimonio de por vida a Enzo?

¿Acaso el hombre no había considerado la idea de una separación luego de un tiempo lo suficientemente prudente para calmar los cuchicheos?

No quería ser pesimista, faltando tan pocos minutos para concretar su boda. Pero vaya, este tipo de cosas no era lo que esperaba.

Y necesitaba hablarlo con su futuro esposo antes de firmar los papeles.

—Enzo… —Lo llamó cuando lo vio entrar al despacho, luciendo un traje de tres piezas que le quedaba endemoniadamente bien.

El hombre se acercó, dejándola sin aliento. Su cabello negro iba perfectamente peinado hacia atrás y sus ojos grises resaltaban más que nunca, recordándole el motivo por el cual le dijo que sí aquella primera vez que la invitó a subir a su auto.

“Vamos, Valeria. No muerdo. Súbete ya”, su piel se erizó al rememorar sus palabras.

¡Qué mentiroso había sido, porque había hecho mucho más que morderla y he aquí las consecuencias de sus actos!

—¿Qué ocurre? —inquirió con voz baja.

—Sobre el acuerdo…

—¿Qué pasa con eso? —la interrumpió. Imaginando que quería discutir algo sobre el dinero.

—Esperaba otra cosa, Enzo —se sinceró en voz baja.

—¿Esperabas que te dejará una jugosa suma? —se burló con una sonrisa de medio lado.

—No —negó cansada, de escuchar lo mismo, infinidad de veces. Para la cabeza de Enzo, ella se había embarazado a propósito y no había manera de hacerle ver lo contrario—. Esperaba que… este matrimonio tuviera una fecha de caducidad. No sé. Tres años, quizás.

—Ah, es que ya estás pensando en divorcio —dio un paso atrás para observarla con detenimiento. No parecía contento con su comentario.

—Es lo lógico —explicó con paciencia—. Después de todo, tu familia y tú no me quieren. Pensé que quizás…

—¿Una nueva víctima te espera, Valeria? —sus ojos se convirtieron en dos rendijas de hielo.

—¿De qué hablas?

—¿Algún otro millonario con el que estás ansiosa por casarte? —siguió cada vez más molesto.

—¡No me ofendas!

—¡Entonces no digas estupideces! —la tomó del brazo, acercándola a su pecho—. Te querías casar conmigo y hoy se te está cumpliendo tu deseo. Ahora deja de pensar tantas tonterías y comportarte como lo que serás a partir de ahora.

—¡Suéltame! —forcejeó—. Es evidente que este matrimonio no durará mucho —aquel era un hecho irrefutable. No necesitaba ser un genio para saberlo—. Así que quiero que sepas que no estoy de acuerdo respecto al tema de la custodia de las niñas. No puedes quedarte con todos los derechos.

—Son mis hijas. Puedo hacerlo.

—¡También son mías! —refutó al instante.

—Y no te estoy negando tus derechos —llevó una mano a su vientre, acariciándolo sobre la tela de su vestido—. Cuidarás de ellas, como una buena madre, Valeria. Pero mira —sacó un anillo de su bolsillo—, siempre y cuando uses esto.

De pronto, la mujer dio un paso atrás, dándose cuenta de que estaba borracho o, por lo menos, cercano a ese estado.

—¿Bebiste? —preguntó lo que era más que obvio.

—Un trago —sonrió. Su sonrisa le recordó aquellos momentos en los que le coqueteaba.

—Juraría que era toda una botella.

—¿Y qué con eso? —la tomó del mentón, acercándola a sus labios—. ¿Te molesta?

—Suéltame, Enzo —lo empujó.

El hombre intentó nuevamente tomarla de los brazos, pero entonces alguien carraspeó detrás de ellos. Era Ernesto Dubois.

—Si estamos listos, podemos proceder a la firma —señaló el lugar donde ya estaba todo preparado.

Valeria alisó la falda de su vestido y miró una última vez a Enzo antes de encaminarse a su respectivo puesto.

—Compórtate, ¿quieres? —escuchó que Ernesto le susurraba a su hijo.

El juez dio una explicación sencilla sobre la importancia del matrimonio, leyendo todo de una manera solemne. Sin embargo, no pudo prestar mucha atención. No dejaba de repetirse a sí misma que esta era una mala idea.

—¡Valeria! ¡Valeria! —De pronto alguien sacudió su brazo para que reaccionara. La mujer aterrizó y se percató de que llevaban bastante rato llamándola.

—Lo siento —tomó el bolígrafo que le ofrecieron y estampó su firma, seguida por Enzo.

—Por los poderes que me confiere el Estado, los declaro marido y mujer —leyó el juez—. Puede besar a la novia.

Olivia apartó la mirada con asco, mientras que Ernesto se mantuvo sin expresión, al tiempo en que Enzo se inclinaba tomando su rostro entre sus manos. Sus ojos se encontraron por un breve instante, antes de que el hombre bajara la mirada a su boca. Era increíble cómo el gris de sus ojos parecía hablar por sí solo, tornándose tormentoso y evidenciando las ganas que sentía de besarla.

Valeria cerró los ojos y entonces sintió el pequeño roce, fugaz, casi imperceptible. Luego, con la misma premura, se separó y aparentó que no había pasado nada.

Ella simplemente no lo entendió. Sus ojos no mentían. Había percibido esa mirada de deseo muchas veces antes. Sin embargo, no parecía dispuesto a tocarla y en el fondo sabía que era lo mejor.

“No esperes de mí nada más que un marido de papel. No te respetaré, no me importarás en lo más mínimo. Solamente estaremos juntos por los niños, como acabas de decir, y mi única obligación será con ellos. No contigo.”, recordó sus palabras y entonces se sintió estúpida por anhelar que la besara. Evidentemente, no serían una pareja. Nunca lo serían.

Como era de esperarse, no hubo ningún tipo de celebración. Por el contrario, parecía un día fúnebre.

Valeria se encerró en su recámara y se quitó los tacones antes de lanzarse de espalda en la cama.

Se quedó dormida mirando al techo, hasta que la oscuridad invadió la habitación y alguien tocó a su puerta.

Miró a su alrededor, desorientada. Se había quedado dormida y seguramente era la empleada para traerle la cena.

Se puso de pie con lentitud y abrió la puerta, encontrándose con una sorpresa nada grata. Era Enzo, con la camisa descolocada y apestando a alcohol.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al ver que se abría paso en la habitación.

Él se terminó de arrancar la corbata y luego se acercó.

—¿Acaso no es obvio? —la rodeó por la cintura—. Vine a consumar esta unión.

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