—¿De qué estás hablando?
Valeria apartó rápidamente la cara cuando Enzo intentó besarla.
—De que eres mi esposa y de que lo mínimo que espero de ti es que abras tus piernas para mí —colocó una mano en su nuca y la obligó a mantenerse quieta mientras devoraba su boca.
«Justo como en los viejos tiempos», pensó Valeria, recordando las noches apasionadas en las que le arrancaba la ropa con desespero. No había sido una semana ni un mes, habían sido meses de una relación pasional. De una relación en la que había sido la única perjudicada. Porque le había entregado su corazón a cambio de nada.
—Basta, Enzo. Estás borracho —lo aportó con un empujón—. Además, estoy embarazada. Ya las cosas no son como antes.
Los ojos de Enzo viajaron a su barriga y entonces se dejó caer de rodillas a sus pies.
—Yo no las quería, niñas —confesó, pegando su cara contra su abdomen—. Pero creo que ahora me gusta la idea de ser su padre.
Valeria no pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Sabía perfectamente