—¡Paf! ¡Paf! —las bofetadas resonaron en la silenciosa habitación como truenos repentinos, estremeciendo hasta lo más profundo del alma.
Los ojos de Patricia estaban enrojecidos, brillando con lágrimas de odio e indignación. Mordía su labio inferior para contener cualquier sollozo, como si quisiera descargar todo su dolor y resentimiento a través de esos golpes.
Miguel, con la cabeza dando vueltas por los golpes, simplemente dejó que el ardor se extendiera por sus mejillas. Cerró los ojos y respiró profundamente, intentando calmar la tormenta en su interior. En su mente se agolpaban las imágenes de Laura: su sonrisa radiante, sus dulces palabras y todos los momentos cálidos que compartieron, inundándolo como una marea.
—Si Laura estuviera viva... —las palabras escaparon de sus labios en un murmullo ronco y profundo, cargado de tristeza y arrepentimiento.
Abrió los ojos lentamente, su mirada vacía dirigida hacia la ventana, como si pudiera atravesar todas las barreras para ver la figura