Ricardo
—Cambiaron el lugar de reunión alfa.
Verdugo me miraba con preocupación. Tenía la cara más fea que había visto en mi vida, una cicatriz de cuando era joven y rogue, lo habían marcado para siempre. Era alto, fornido, un perro de pelea. Le había dado un espacio en mi manada. Todos los que quisieran aportar tendrían su lugar, siempre que me obedecieran a mí.
—Debiste haber organizado mejor, me dijiste que era un plan sin fallos.
—Lo lamento —bajó la cabeza. No me gustaba fallar, odiaba tener que improvisar. Y si algo sabía era que Damián buscaría solucionar todo como el perfecto alfa que creía ser. —Los cazadores deben haber hablado, son humanos débiles.
—Claro que lo son. Te quedarás aquí para que nadie te vea… los asustarás —espeté, subiéndose a la limusina donde ya me esperaba mi padre y cerré la puerta de un golpe. Verdugo me miró a través del espejo. Más atrás, su asqueroso lobo aullaba.
—¿Preparado, hijo? —preguntó mi padre. Mi madre lo acompañaba, nerviosa; odiaba la ciu