Julieta
Salí de residencias Ónix con el corazón golpeándome el pecho. Apenas escuché la voz del alfa Horacio y todos se arremolinaron para recibirlo, aproveché la distracción. Todavía me retumbaban en los oídos sus palabras despectivas hacia los humanos, como si no mereciéramos ni el aire que respiramos. Me revolvía el estómago. Recordé cómo tuvimos que salir de la manada por el simple hecho de no tener lobo. Y como si fuera poco, debido a sus órdenes, tuvimos que irnos de nuestro nuevo del pueblo.
Si lo que había dicho Damián era verdad, que ayudó a los humanos a escapar de Molino Blanco y que luego colaboró para que reconstruyeran sus vidas, tenía que confirmarlo por mí misma. Este era el momento. No podía seguir dudando. Estaba sola por fin y...
—¡Doctora! —La voz del Duque me hizo girar. Venía hacia mí, elegante, con esa mirada que podía leer pensamientos—. ¿Va a pasear? ¿Puedo acompañarla? Aún no me acostumbro a este monstruo de concreto y rascacielos —dijo con algo de tensión.