Julieta
Soñaba con un lobo de pelaje castaño; casi no podía verlo. Estaba bajo la luz de la luna y me miraba. Quería que fuera tras él. Era fuerte, hermoso. Sentía tanto miedo como asombro y, cuando caminaba para acercarme, él desaparecía.
Era un sueño recurrente que había tenido durante todos estos años, cinco años después del ataque. Había estudiado, era ya una mujer joven, todo había cambiado. Pero esa herida de ser desarraigada, excluida, ese dolor de perder mi vida... la soledad; no se curaba. Ese dolor latía, agonizante dentro de mi.
No habia un dia que no extrañara lo que perdí, que no llorara por mi vida que no fue. Y supe que así sería hasta el resto de mis días.
Me levanté de un salto y miré la hora. ¡Pero por todos los cielos! ¡No puede ser tan tarde! ¡Justo hoy, que tenía la entrevista más importante de mi vida!
Me levanté corriendo, me bañé y revolví el armario buscando algo que me quedara bien. Encontré una falda ajustada y una camisa blanca. Acomodé mi cabello rizado lo mejor que pude y me puse los lentes, mirándome al espejo.
Sí, no había tenido a mi loba y ya no la tendría nunca. Había días en los que sentía una especie de duelo por no tener esa voz dentro de mí que me acompañara. Era bajita, con caderas acentuadas, tal vez muy pronunciadas. La falda me quedaba demasiado ajustada, pero era lo más formal que tenía, de lo poco que pude guardar al escapar. Mi vida había cambiado después de ese ataque y de perderlo todo.
Casi cinco años habían pasado desde que dejé Molino Blanco y jamás volví. Tuve que empezar de cero. Algunos estuvieron presos años. Otros, como Alfonso, decidieron quedarse cerca, intentando recuperar lo que era nuestro. Pero para mí no tenía sentido.
La vida se me había ido entre los gastos de la escuela de medicina. El departamento donde vivía era pequeño y se caía a pedazos. Si no obtenía ese trabajo no iba a poder seguir pagándolo. Con dolor, había tenido que pausar mi último semestre para tratar de hacer dinero.
Estaba en bancarrota.
Un momento antes de salir, me devolví a tomar una de las piedras violetas de mi padre, él decía que daban suerte. Tomé el tren y luego un autobús que me dejó directamente en Ciudad Ónix. Mi padre decía que esa era la ciudad del futuro, me rogó que estudiara aquí, pero yo no quería.
Al llegar me di cuenta de que no había palabras para describir esa ciudad. Era perfecta, moderna, hermosa. Tenía un solo defecto, y la razón por la que no quería acercarme: había lobos.
—Dicen que la ciudad la maneja un alfa terrible, oscuro.
—Otros dicen que su mirada es aterradora —escuché hablando a un par de lobos en el tren.
—Hay que tener cuidado con el Alfa Oscuro.
Me había alejado de todos ellos y ahora no tenía más opción. Después de un largo viaje, llegué al lugar de la entrevista y quedé asombrada con el edificio elegante y opulento. Empresas Ónix era la más importante de la región; parecía un sueño trabajar allí. Intenté alisar mi camisa, mi falda; daba la impresión de que vivía en la calle.
—Doctora gracias por venir. Mi nombre es Ágata. Debo decir que estamos muy impresionados con tu currículum —dijo quién me entrevistaría. Una mujer hermosa, que no era loba, y eso me hizo sentir tranquila—. Veo que te recomendó Margarita —añadió, revisando una carpeta con mi nombre.
—Así es. Hice una investigación en su biblioteca. A ella y Fabrizio les interesó que yo fuera humana, médica y que supiera de…
—De los hombres lobo, entiendo. También veo que tuviste una beca. Excelentes notas. Una estudiante prodigio —dijo, y sonreí—. Debo decir que no hemos tenido suerte con los candidatos. Y tu perfil es justo lo que buscamos —indicó Ágata. Era tan amable y agradable, tenía algo especial.
—¿Cuál sería el próximo paso? —las palabras de Ágata me daban esperanzas, yo estaba tan desesperada.
—Una entrevista con el señor Marfil, el CEO quien sería tu jefe directo. ¡Oh!, justo tiene un espacio en este momento.
Marfil. Sabía que era la familia más rica de la ciudad y poco encontré de ellos. Era un apellido extraño: Marfil era blanco, Ónix, el más profundo negro.
Las manos me sudaban, mientras nos acercábamos a la oficina. El piso era lujoso y se sentía un poder extraordinario. Ágata abrió la puerta de una oficina inmensa y exquisita. Había una pintura de un bosque, el piso era de cuadros blancos y negros. Todo era asombroso.
—Señor Marfil —dijo Ágata sonriendo, sin temor de interrumpirlo. Sentí su olor, incluso antes de que volteara. No lo supe describir: era como una mano que me acariciara, un poder colosal. Era el aire afuera, y también el que estaba en mis pulmones. Me aterré sin siquiera reconocerlo.
Vi a un hombre magnífico hablando por teléfono, de espaldas, detrás de un escritorio muy grande. Tenía un traje gris oscuro y, desde donde estaba, podía ver que era musculoso, de cabello oscuro. Se veía tan fuerte, tan atractivo, que solo podía significar una cosa: era un hombre lobo.
Mi jefe sería un hombre lobo.
Soltó el teléfono de inmediato. Pareció tensarse y se dio vuelta lentamente.
—No puede ser… —susurré consternada.
—¿Qué sucede? —preguntó Ágata.
Era él. Damián, el hombre lobo que echó a mi familia, a mis amigos, a mis vecinos, el que me dejó sin hogar y me convirtió en una exiliada. Se volteó completamente y vi que estaba más hermoso que nunca. Hasta sus ojos habían cambiado: eran casi plateados, brillantes. Algo mágico.
Se levantó de la silla, su altura me hizo dar un paso para atrás. Se apoyaba en la mesa, sus nudillos blancos de la presión con que se sujetaba; los papeles caían mientras él inspiraba lentamente. Su mirada estaba en mí. Incrédulo.
—Señor, ¿está bien?... —Preguntaba Ágata preocupada. Pero ni él ni yo le prestábamos atención.
Simplemente no podía estar sucediendo esto. No sé ni cómo lo hice, pero mis pies se movieron solos. Salí de la oficina corriendo
—¡Doctora! ¡Espere! —gritaba Ágata detrás de mí.
Un hombre rubio se movió para interceptarme, pero lo esquivé. Encontré las escaleras de emergencia y seguí corriendo. Bajé al siguiente piso, agitada y llamé al ascensor, presioné los botones como loca. Después de segundos que parecían interminables, llegó, entré, suspiré aliviada. Esto no podía estar pasando. Quería llorar, gritar, maldecir. Recuperé el aliento, mientras las puertas se cerraban
De pronto veo sorprendida una mano intentando abrir la puerta de metal; las sostuvo como si no pesaran nada. Ahí estaba Damián, y yo atrapada por él, una vez más. Sus ojos se tornaron aún más oscuros. Ya no eran plateados ni brillantes cuando me preguntó:
—¿Qué diablos haces aquí?
—Vine a una entrevista, pero fue un error —respondí marcando los botones del ascensor frenéticamente, pero el aparato no se movió. Él pareció entender y abrió bien los ojos.
—La doctora…
—Estoy por irme —indiqué, pero él negó con la cabeza.
—Ahora que te encontré, no te dejaré —murmuró.
—Damián, ¡espera! —escuché una voz de un hombre detrás. proveché esa distracción y apreté el botón de emergencia; la puerta se cerró de golpe. Me bajé en otro piso y busqué una salida apresurada.
—¡No la dejen ir! —escuché y corrí aterrada.