Damián
—No nos iremos, alfa —me había dicho Octavio. Él y su padre se mantenían firmes. No había podido comunicarme con Pascal, pero confiaba en que haría lo que fuera por sobrevivir. Y tenía razón.
Magnus había insistido: crear una distracción para que el resto pudiera huir. Cuando atacó a los guerreros, utilicé mi aura, mientras Octavio y su padre se lanzaban sobre el resto. Había sido un movimiento desesperado, pero funcionó. Al menos, sirvió para que otros huyeran y pudieran pedir ayuda.
—¿Dónde está mi mate? ¿Dónde está? —pregunté, pero lo único que recibí fueron golpes. Me patearon, me golpearon la cabeza, mientras veía que lo mismo sucedía con Octavio y Severino. Magnus estaba completamente inconsciente; por donde lo arrastraban iba dejando un rastro de sangre. No tuve respuesta. En cambio, me clavaron una inyectadora directamente en el corazón. Grité de dolor mientras veía cómo un líquido gris oscuro entraba en mi cuerpo y sentía la debilidad apoderarse de mí.
—No podemos dej