Damián
—Supongo que ya sabemos a dónde se fue el dinero que solicitó nuestro padre… o mejor dicho, lo que cayó en manos de Ricardo. Las ganancias que tanto deseaba obtener de las partes de sus acciones —dijo mi hermana, mientras observábamos, con asombro y desconfianza, la manada frente a nosotros.
Lucía distinta. No mejor, simplemente mejor dispuesta. Había un brillo extraño en las armas de los guerreros, hierro mezclado con ónix, mortales y precisas. Todo indicaba que habían aprovechado la destrucción que dejamos tras nuestra última visita a las mazmorras y en otras edificaciones para reconstruir con una ostentación inquietante. Cambios inesperados, transformaciones que parecían gritar el nombre de Ricardo. Él había trabajado con obsesión, con esa hambre retorcida de poder, para mostrar todo lo que podía hacer si era seleccionado como alfa.
—¡Qué desgraciado…! —susurró mi lobo desde lo más profundo de mí, con un gruñido ahogado. De todas las cosas, esto no lo había previsto. Siempre