Damián
Subimos las escaleras rápidamente, siguiendo el rastro del olor hasta la habitación de mi padre. Mis piernas temblaban mientras me acercaba a la puerta.
Las cortinas estaban cerradas, apenas dejando entrar un rayo de luz. En el centro de la cama estaba Luz, y a su lado, mi padre. Mi respiración se detuvo. Él siempre había sido una figura imponente, un alfa cuya presencia llenaba cualquier habitación, no como mi tío Rogelio, pero igualmente todos los alfas tienen algo difícil de describir. Pero ahora apenas era una sombra de sí mismo. Su rostro demacrado, la piel pálida y cetrina, los ojos hundidos y apagados... Había perdido peso, y con él, la chispa que siempre lo había definido. Había ocurrido demasiado rápido, de una forma tan violenta que costaba creerlo.
—Papá… —mi voz salió como un susurro, y di un paso hacia él, casi sin darme cuenta. Abrió los ojos con dificultad, y cuando me miró, su rostro no expresaba nada.
—Nora… Damian.
—Papá, ¿Qué sucede?
Mi hermana se acercó al